SOLO CABALLOS.
Caminando iba hoy por la calle muy de mañana, cuando me alcanzó una camioneta con la música a todo volumen:
Caballo de patas blancas
con herraduras de acero
hoy vas a saltar las trancas
antes que salga el lucero
y vas a llevar en ancas
a la mujer que yo quiero…..
Inmediatamente vino a mi mente que el tema de hoy serían los caballos.
Y vine a aquí, en busca de inspiración, a un espacio que mi hermana y yo hemos acondicionado en la casa para rendir homenaje a nuestros antepasados. A mi padre, en esta ocasión, que vivió a lomo de caballo toda su vida.
Él nos contaba que los caballos debían ser nobles, fuertes y estar siempre dispuestos a emprender una jornada a campo traviesa en cualquier momento ya fuese del día o de la noche. Para mi padre un caballo, decía, era un automóvil de ahora que debe estar en perfectas condiciones.
A mi padre le gustaba platicarnos sus hazañas, y nosotros disfrutábamos escuchándolas. Ahora te comparto algunas de las amenas pláticas que compartimos con él:
Desde la temprana edad de 8 años, mi padre y su hermano Alfredo, iban con sus caballos cargados a entregar la leche a Socorrito. Su papa los levantaba a eso de las 3 de la mañana, a ordeñar, luego a cargar los botes y finalmente a entregarla a Socorrito en la misma puerta de su casa, para que ella la vendiera. Eso después de haber recorrido a lomo de caballo la distancia entre la comunidad de los Órganos, donde vivía la familia, hasta Acámbaro. Nos contaba que para entonces vestían de manta y usaban unos huarachitos de correas que ellos mismos confeccionaban. Nos platicaba que estas actividades eran muy difíciles en tiempos de frío, pues sus pies se cuarteaban y las heridas que les ocasionaban eran muy dolorosas, pero, aun así, no había que quejarse, porque la leche debía llegar a donde Socorrito a eso de las 5 de la mañana, y mientras ella abría la puerta, su hermano y él aprovechaban para echarse un sueñito. Una vez que entregaban la leche, montaban de nuevo sus caballos y se volvían a dormir. No era necesario guiarlos porque los caballos conocían perfectamente el camino.
También fue montado en su caballo que a mi padre lo espantaron, nos platicaba que iba camino a la casa Blanca del Caracol a eso de las 2 de la mañana con una misiva de su papa cuando de pronto, su caballo empezó a relinchar, y él sintió un escalofrío que le puso “los pelos de punta”, porque oyó el ruido de un machete rozar las piedras del camino. Pero, ¿quién iba a ser?, se decía para sus adentros, a esta hora, ¡imposible!
Era tanta la afición de mi padre por los caballos, que en una ocasión llevó uno hasta nuestra casa, lo encerró en el corral y después de unos días, el caballo se empezó a desesperar. Un buen día, el caballo saltó la barda, atravesó la casa contigua, espantó a los vecinos y fue a parar al mesón, gracias al primo Rodolfo que, había llegado por la noche a pedir posada porque ya no había camión para regresar al rancho. Todo esto sucedió una noche, como tantas otras, en las que mi padre no llegó a casa. Fue ¡terrible! Para mi madre resolver esta situación ella sola.
También hubo otro caballo, en las mismas condiciones de cautiverio, al que mis hermanos, se atrevieron a sacarlo, lo ensillaron y mi hermana Vero, vestida con su pijama, en compañía de la prima Paty, lo montaron, el caballo, sintiéndose libre y a la señal de Vero, se desbocó, empezó a trotar y luego a correr hasta que fue ¡imposible! controlarlo. Las niñas se dejaron caer antes de que fuera el propio caballo el que las tirara. El caballo se fue con una silla “obra de arte”, de don Faustino Cuevas, el talabartero de Morelia, al que mi padre se la había encargado. Todo esto sucedió nuevamente cuando mi padre no vino nuevamente a dormir a casa, y mi madre tuvo necesidad de llamar a Don Domingo para que le ayudara a resolver la situación:
- Mire Doña Mary, le dijo Don Domingo, al caballo no le pasa nada. Yo mismo se lo traigo de regreso, pero a la silla “le dice adiós”.
Y así fue como mi madre pasó aquella fatídica noche, de desvelo, temiendo la peor respuesta de su esposo, cuando regresara.
Al día siguiente, mi madre contó lo sucedido a mi papá, quien de inmediato mandó llamar a Vero, ella acudió ¡terriblemente! asustada pues sabía que su papá no le perdonaría su atrevimiento.
- A ver Vero, ya tu mamá me contó lo que te pasó. ¿y te volverías a subir a un caballo?
- Si, contestó mi hermana.
- ¡Anda pues!, ya vete a dormir.
¡Uf! que alivio, pensó Vero.
Mi hermana Vero heredó el gusto por los caballos como ninguno otro de los hijos del matrimonio Moreno Martínez, al punto que, fue capaz de saltar por la ventana en medio de la clase de matemáticas para ir a montar uno.
En otra ocasión, pidió un caballo prestado, le echó encima un tapete y lo montó a pelo. ¡Así era Vero con los caballos.
Mi padre solía contarnos que su cuñado Raúl Marín y él, enviados por su papa, hacían la travesía a lomo de caballo o de mula, de los Órganos, a los áridos cerros de la Tierra Caliente, Iban en busca de becerros que luego su papa engordaba y los vendía. Cuando nos platicaba, era común que nos describiera la ruta que seguían, nos hablaba que la hacían en varias jornadas, atravesando la sierra de Michoacán por el rumbo de Mil Cumbres, luego cruzaban el Cerro Azul, y ya desde ahí, divisaban la basta cordillera de la Sierra Madre Occidental que habían de recorrer por sus angostos caminos serpenteando los enormes voladeros que la caracterizan, y a los que más vale no ver hacia abajo antes de desmayarse de miedo. Era así como llegaban al Limón, territorio de Tierra Caliente y regresaban por el mismo camino, ahora, pastoreando un hato de becerros.
Mi padre y sus hermanos, vivían montados en sus caballos, así realizaban buena parte de sus jornadas laborales en el campo, pero también se daban tiempo para divertirse y festejar, para eso, no había mejor ocasión que los herraderos, fiestas rancheras, en las que se marcaba a los animales herrándolos con el fierro que los reconocía como ganado de su propiedad. Después del herradero venía la fiesta de los piales, y las manganas, y para eso, mi padre y sus hermanos “se pintaban solos”, pues era frecuente entre ellos la continua competencia por no dejar pasar un solo animal sin haberlo lasado lazado antes.
Ahora, cuando escuché la canción al paso de la camioneta, me preguntaba a mí misma, ¿quién? o ¿quiénes? De los familiares habrían heredado ese temple, primero para montar a caballo, como pocos, saltando las trancas y después para, literalmente, “robarse” a la novia y, además estar dispuestos a “pagar” las consecuencias, y creo llegar a la conclusión de que, sólo el primo Rubén Moreno Quiroz y el sobrino Gerardo Flores Moreno, tenían el porte, y el temple para realizar este tipo de “hazañas” de a caballo.
Así pues, por todo lo antes expuesto, he denominado este relato: SOLO CABALLOS. Espero que lo disfrutes.
MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ
6 de abril de 2025
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