jueves, 21 de agosto de 2025

RECORDANDO A LA TIA ELENITA

RECORDANDO A LA TIA ELENITA.

 

Se podría decir que, era de una humanidad “redonda” y amabilidad “exquisita”, así recuerdo a la “Tía Elenita”, una anciana que lucía aquellos humildes, largos y limpísimos vestidos de algodón, unos antiquísimos zapatos de piel hechos a su medida y medias anudadas bajo de las rodillas.

 

Nos anunciaba su visita el claxon del taxi que la transportaba desde el convento de Santa María de Gracia, donde vivía, al cobijo de unas sobrinas que en esa época eran cocineras de los frailes franciscanos que habitaban el convento.

 

La tía Elenita era pobre, de lo más pobre, no tenía más familiares cercanos que aquellas, también ancianas, dos sobrinas, que le daban oportunidad de tener consigo, una mesa, herencia de su padre y un catre donde descansar su pesado cuerpo. Bueno, también nosotros éramos sus parientes, aunque muy, muy lejanos, pero para nosotros eso no importaba, pues la mirábamos como alguien de la familia, y eso era todo.

 

Caminaba con gran dificultad debido a unas piernas de lo más hinchadas y la edad que prácticamente “se le venía encima” no obstante, todo lo anterior, la tía Elenita era siempre bienvenida a nuestra casa, donde recuerdo que mis hermanos y yo, siempre la rodeábamos, sentados en cuclillas, mientras escuchábamos con atención las ¡maravillosas! historias de sus tiempos que solía contarnos siempre que venía a casa.

 

Nos encantaban sus visitas, porque disfrutábamos de sus pláticas, siempre  tan amenas, pero también, porque mi madre aprovechaba la oportunidad para prepararnos algunas delicias gastronómicas como un atole de leche con hojas de naranjo en su caso de cobre, que luego nos peleábamos para rasparlo, una vez que el atole se había servido en los diferentes recipientes, unos huarachitos con su salsa verde, limón y cebolla, un mole de olla, en fin, cualquier cosa que alagara a nuestra invitada y  que eran también todo un agasajo para nuestros infantiles paladares que estaban tan acostumbrados a la comida del día a día:  caldo de res,  sopa de fideo, frijolitos y cuando de plano “repicaban fuerte las campanas” unos torreznos de camarón o unas tortitas de papa.

 

Pero también nos gustaba que nos visitara la tía Elenita porque nos pedía atrapar abejitas, que luego se metía entre sus medias para que le picaran y así, lograr con el piquete, “disfrazar” el tremendo dolor de sus hinchadas piernas. Ésa era una tarea que disfrutábamos mucho, porque nos encantaba perseguir a los insectos entre las flores del jardín, especialmente las que se sentían atraídas por las finas y bellas florecitas rojas del Mirto que adornaba buena parte de nuestro bello jardín.

 

Ahora, imagino que cuando ya se sentía en los estertores de la muerte, la tía Elenita le dijo a mi mamá que mandara por la mesa que había heredado de sus antepasados y que atesoraba en su cuartito como un bello recuerdo de su lejana infancia. Desde entonces, esa mesa ha formado parte del mobiliario de nuestra casa y ahora mi hermana y yo, la cuidamos mucho porque con esa mesa, vienen a nuestras mentes ¡tantas y tantas! historias de nuestra infancia.

 

El día de hoy escribo esta historia para rememorar el recuerdo de la tía Elenita, porque anoche, con unos vecinitos del barrio, festejamos el aniversario de nuestra sobrina, y desde luego, la mesa de la tía Elenita, fue el centro de atracción, pues nos reunimos en torno a ella tal como lo hicimos en el pasado tantas veces rodeando a la tía Elenita.

 

MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ

21 de agosto de 2025

 

 

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