ALMA DE NIÑO
Una de las características de la infancia es el eterno: ¿por qué? Los niños llegan a atosigar a sus padres y a sus maestros en su afán por intentar comprender su entorno, el mundo en el que viven. Esta valiosísima pregunta, encierra una gran sabiduría, pero los adultos suelen no darle importancia y muchas veces contestan cosas absurdas, tan sólo para evitar que: “me siga molestando”…..
Las respuestas a los ¿por qué? Suelen ser la base de la formación de los seres humanos y puede considerarse una verdadera tragedia, el hecho de que los adultos no tengan ni la disposición, ni el tiempo, ni el conocimiento para responderlas.
Aunque también habría que valorar que sí de responderlas se trata y no se tiene la capacidad para ello, más le vale al niño quedarse con la duda, porque ello le llevará a seguir investigando al respecto, lo digo porque a mí me sucedió que cuando era niña me debatía en una serie de preguntas que me inquietaban y recurría constantemente a cuestionar a las personas mayores al respecto, sin encontrar una respuesta que me convenciera. Así se me fue la infancia, después vino la fiebre de la juventud, y luego el letargo ocupacional y aquellas preguntas que en la infancia parecían ser tan importantes pasaron a segundo término y prácticamente cayeron en el olvido, hasta formar parte de los profundos recovecos de mi memoria.
Una de ésas preguntas que me perseguían y les hacía a los mayores era:
- ¿De qué color es esto….?
- Amarillo o azul
- Sí contestaba yo, pero ¿cómo sé que estamos viendo igual?
- ¿Cómo sé que identificamos el azul de la misma manera?
- ¿Cómo sé que tu azul es igual al mío? Y si no lo son.
- ¿Cuál es el verdadero?, etc., etc…..
Y así iba con mis preguntas a todos los adultos que me rodeaban y nunca nadie me dio una respuesta ni remotamente convincente, hasta que me cansé de preguntar o tal vez ellos de responder, no lo sé, el caso es que aquellas preguntas nunca tuvieron respuesta.
Después vino la juventud y fue ahí donde las dudas existenciales se hicieron a un lado, para dar paso a los sentimientos y las pasiones. El amor y el desamor se convirtieron en la piedra angular de aquella etapa de mi vida, pero además en la juventud tenía una meta que me había trazado y con la que me despertaba inquieta todas las mañanas, quería ser profesionista, así que el estudio también fue parte importante de mi juventud. No había tiempo para nada más.
Luego vino el letargo, sí el letargo ocupacional. Todo mi tiempo, mi disposición y mi creatividad se enfocaron en el trabajo y así sigue sucediendo hasta la actualidad. Y aquellas preguntas que fueron tan importantes en la primera parte de mi vida han sido sepultadas por el implacable paso del tiempo.
Y no fue sino hasta hoy, 24 de enero de 2019, que navegando por la red, me topé con un artículo proveniente de la conferencia del Nobel Prize Dialogue, (que se está celebrando en este momento en Santiago de Chile): "Lo que llamamos 'realidad' son alucinaciones que asumimos como reales porque todos tendemos a percibirlas de la misma manera" del neurocientífico británico Anil Seth, quien dice: “esta silla es roja”, y aunque la respuesta parece demasiado obvia, no lo es, afirma Seth, ya que en realidad no es cierto, “mejor dicho, continúa, no tenemos cómo comprobarlo”. "Nuestra vida consciente está dominada por percepciones conscientes y estas tienen el carácter de que lo que experimentamos, lo experimentamos como si realmente estuviese allí", explica Seth. "El rojo -dice- no está ahí afuera en el mundo ni tampoco en mi cerebro. El rojo es algo que el cerebro está haciendo: dada la información que recibe, crea esta percepción que luego vemos como estando ahí afuera". ¡Wau!, ¡no puede ser!, era como si ese Seth, me hubiese leído el pensamiento. Pues ésa era la respuesta que yo tan ansiosamente buscaba cuando era niña.
Este incidente ocurrido hoy me lleva a reflexionar acerca de la importancia de la filosofía en nuestras vidas. Esta ciencia, que no por nada, es justamente “la madre de todas las ciencias”. Sí, la naturaleza humana siempre nos ha conducido a confrontar nuestra realidad, y esta es una práctica indispensable para la vida pues nos permite cuestionar, comprender y modificar nuestro entorno.
La pregunta clave de la filosofía es justamente ¿por qué?, eh aquí que, por ello los mejores filósofos son siempre los niños, por eso, al finalizar este pequeño ensayo me gustaría reflexionar acerca de no permitir que la vida diaria nos abrume a tal punto que nos impida seguir planteando esos infinitos por qués, porque ello nos llevaría a perder nuestra identidad humana, es decir nuestra alma de niño.
María Martha Moreno Martínez
Acámbaro, Gto.
Enero 24 de 2019
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