MI ENCUENTRO CON FRANCISCO.
Siempre me han inspirado un ¡terrible pánico! los aviones. Tan sólo con saber que voy a viajar, ya me siento mal, ello porque mis condiciones de salud física no son las mejores y, por si fuera poco, está el factor emocional que a menudo me traiciona.
Y ya en el vuelo, casi me da el “patatús”, como diría mi madre.
No obstante, tenía gran ilusión de hacer un viaje por el viejo mundo, deseaba intensamente conocer Europa, así que estuve predisponiéndome por mucho tiempo, para tratar de superar el miedo de viajar tan lejos
Y después de tanto añorarlo, al fin tuve la oportunidad de hacer, mi viaje. Íbamos en un tour, integrado por unas cincuenta personas de diferentes nacionalidades, principalmente latinoamericanos.
Ya habíamos recorrido Praga, Ámsterdam, Viena, Bruselas, Venecia y por donde quiera que íbamos, lo común eran las grandes multitudes, gente y más gente, no obstante que era mayo, y se suponía que no estábamos en temporada alta. El caso es que ya para entonces, cuando llegamos a Roma, yo me sentía poco menos que abrumada con ese gentío que encontrábamos en cualquier sitio que estuviéramos.
Anteriormente había tenido la oportunidad de ver a Juan Pablo II en su visita a México en el 2002, pasó junto a mí en su papa móvil cuando viajaba a través de la avenida Insurgentes, pero también recuerdo que en aquella ocasión no experimenté sensación alguna. Simplemente pasó.
En esta ocasión, estando en Roma, y ya programada nuestra visita a la plaza de San Pedro como parte de nuestro itinerario, recuerdo que yo iba pensando:
Pues si ha habido ¡tantísima! gente en todo el trayecto, ¡no quiero imaginar cómo estará el Vaticano! Así que no tenía la menor esperanza de ver al papa, pero yo, ya me conformo con mirar siquiera desde lejos la grandiosa cúpula de San Pedro. Ojalá que pueda verla desde dónde nos toque colocarnos. Pensaba para mis adentros.
Y sucedió lo ¡imposible!, extrañamente, la plaza de San Pedro estaba casi vacía. ¡No lo podía creer!, primero por la experiencia de todos los lugares a los que habíamos ido anteriormente, tan llenos de gente, además porque había visto en televisión, las grandísimas multitudes que siempre se apiñonaban en la plaza de San Pedro, esperando con ansia ver al Santo Padre.
Pues resulta que no, no había gente. Lo cual ya me pareció ¡maravilloso!, pues como ya estábamos en la etapa final de nuestro viaje, me sentía realmente cansada, también estaba experimentando los síntomas de mi hipertensión arterial, así que verdaderamente, no me sentía con ánimos de estar ahí, parada por largo tiempo, pero conservaba, como ya lo he dicho, la esperanza viva de ver, aunque fuera de lejos al menos la cúpula de San Pedro.
En ésas estaba yo, cuando me di cuenta que el papa saldría por su ventanita a darnos la bendición y gracias a que había muy poca gente, era posible que nos pudiéramos acercar lo bastante, para poderlo ver muy de cerca. Y así fue. El papa salió, y lo ví muy bien, pero cuando escuché su voz ¡wau! ¡algo sucedió dentro de mí! ¡Ésto es un milagro! pensé, pues nunca en mi vida había experimentado una sensación de tal plenitud, era ¡cómo estar en el cielo!, olvidé todos mis males y sólo me concentré en sus palabras, pero sobre todo en aquella ¡bellísima sensación que estaba experimentando! ¡Éste es un santo! Recuerdo haberme dicho.
Di gracias a Dios por haberme concedido aquel milagro de ese ¡encuentro maravilloso!
Y, desde entonces, ¡mi vida ha cambiado para siempre! y gracias a Dios, para bien.
La anterior, es la experiencia que me compartió mi hermana Bertha y que nunca me había contado. No fue sino hasta ahora, que estamos tristes por la partida de Francisco que me la platicó. Y que ahora, me atreví a compartirla contigo.
MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ
22 de abril de 2025
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