POLO Y SUCKY
ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE.
Tenía once años, vivía en las Lomas en la Cd. de México en una casa por demás elegante. Se podía decir que, económicamente no le faltaba nada, sus papás se esforzaban por complacerlo en todo lo que deseaba.
Pero Polo era, hijo único y tal vez por eso sus padres lo sobreprotegían tanto, lo llevaban a la escuela a las 7.30, de regreso, el autobús del colegio pasaba a dejarlo hasta la misma puerta de su casa, porque sus papás trabajaban todo el día. Él pasaba la tarde con Teresa, quien ayudaba con las labores domésticas a su madre. Polo veía a sus papás sólo en la noche y por las mañanas cuando tomaban el desayuno casi corriendo los tres, antes de dirigirse cada uno a sus actividades diarias.
Los fines de semana su mamá iba de compras o se reunía con sus amigas a almorzar, mientras que su papá aprovechaba para ir a jugar golf. El sábado era el único día en que Polo podía compartir con sus amiguitos alguna fiesta de cumpleaños o irse a patinar a la pista del club, actividades que disfrutaba mucho, porque el domingo era el día “familiar”, lo dedicaban para andar en pijama, ver tele, jugar Nintendo, distraerse con las redes sociales, o asistir a alguna comida con sus papás.
Pero Polo no acababa de sentirse completo, pasaba mucho tiempo solo. Había escuchado hablar de los chatbots, la IA (inteligencia artificial) estaba de moda, se podía decir que era una fiebre. En su escuela, era el tema de moda, todos sus amigos soñaban con tener un robot en casa, y Polo no era la excepción. Así que constantemente, les pedía a sus padres que le comprasen uno. Sus padres analizaron la solicitud de su hijo y como se acercaba el día de su cumpleaños, decidieron regalarle uno. Sucky, lo llamó. Polo estaba feliz con su nuevo juguete.
Al principio, todo iba bien, la convivencia con Sucky era casi “deliciosa”, pues, tal como se había pronosticado Sucky le resolvía la vida en gran parte, cosa que hacía feliz a Polo pues le estaba ayudando a enfrentar diversos problemas, empezando por las matemáticas ¡uf!, ¡qué lata! Con ellas nunca se había llevado bien, le costaba mucho resolver problemas y las tareas de esta materia se convertían poco menos que en una tragedia, pues eran la razón de su promedio “mediocre” en la escuela. A partir de que llegó Sucky a su vida, Polo empezó a mejorar sus calificaciones notablemente, la maestra ya no tuvo que quejarse más porque Polo siempre presentaba sus tareas de forma correcta y a tiempo. Nadie sospechaba nada porque en esta nueva educación habían desaparecido los exámenes y en el día a día, Polo resolvía bastante bien la situación con ayuda de Sucky.
También Sucky le estaba ayudando a mejorar sus relaciones con sus padres pues, aunque amaba mucho a su mamá, no dejaba de incomodarlo el hecho de que fuese tan sobreprotectora.
Por otra parte, su padre, queriéndolo inducir en el golf, lo acosaba constantemente pretendiendo que se aficionara tanto como él a tan bello deporte, esta situación llevó a Polo a odiar no sólo el golf, sino casi todos los deportes, con excepción del futbol que tanto disfrutaba en la cancha del colegio y en compañía de sus amigos dos veces por semana en la clase de educación física y el patinaje que hacía como diversión en el club.
Era tan importante su presencia que prácticamente Polo ya no se sentía solo, con Sucky podía platicar, resolver problemas y hasta pedirle consejo para conseguir la atención de Rebeca, la chica de ojos verdes, quien era su vecina en el las butacas del salón de clases y que tanto le gustaba.
Bueno, era tan ¡increíble! La compañía, que Polo se animaba a organizar sesiones para pedirle a Sucky que pronosticara diversas situaciones futuras, llegó, a sentirse empoderado con sus amigos y hasta hacer pequeñas apuestas, porque ellos no tenían la oportunidad de tener un robot en su casa y sí mucha curiosidad por saber cosas, tales como: cuál equipo ganaría el próximo año el torneo de la NFL, o cuántos años faltarían para que se acabara el mundo o cómo podrían saber que les deparaba el futuro a cada uno de ellos, etc.
Todo iba bien, hasta que un día, Polo quiso resolver un crucigrama, y no pudo, confundía las palabras o, de plano, no atinaba con los significados. Eso lo preocupó, porque entre sus amigos era famoso por la rapidez con que solía resolverlos. Pero tampoco quiso enfrascarse mucho en eso y siguió con su vida normal, sin embargo, cada día que pasaba se sentía más torpe en las clases e incluso, al hablar, porque su profesora lo había pasado al frente a exponer un tema y no encontraba las palabras adecuadas para expresar una idea. ¡Guau!, esto sí que estaba ¡peliagudo!, pensó. Sin embargo, decidió no decir nada para no preocupar a sus padres. Pero, fue dándose cuenta de que su capacidad cerebral se iba perdiendo, pues ya no tenía necesidad de hacer ningún esfuerzo para resolver cualquier situación, esa sensación de impotencia y de desplazamiento le incomodó e imaginaba que sentía como si una mancha nebulosa fuera opacando poco a poco su cerebro. Tal vez era parecido a la sensación que debían experimentar los enfermos de Alzheimer, pensó. Fue entonces cuando decidió hablar con sus padres y explicarles la situación, quienes de inmediato tomaron cartas en el asunto, lo llevaron a que lo revisara un equipo de especialistas y después de una serie de complejos estudios, llegaron a la conclusión de que, debido al uso excesivo de la IA, su cerebro se estaba ralentizando, así que era urgente volver atrás, retirar de inmediato al robot que utilizaba, así como hacer toda una serie infinita de ejercicios con la esperanza de devolver al niño a su estado normal, antes de que fuese demasiado tarde.
MARIA MARTHA MORENO MARTINEZ
Acámbaro, Gto.
22 de agosto de 2023
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