DE TOROS
Los toros han estado asociados a la vida de Martha. ¿Dónde tuvo su origen esta afición?, no lo sabe con certeza, pero sí surgen en su mente algunos destellos de recuerdos que ahora trata de rememorar.
Piensa que tal vez pudo haber sido la herencia familiar, pues los orígenes de la descendencia Moreno, a la que ella pertenece, siempre estuvieron relacionados con el campo y el ganado. Su padre le contaba que era común que su cuñado Raúl Marín y él, Luís Moreno, emprendieran travesías de seis u ocho días desde los Órganos, hasta Tierra Caliente, Mich. a lomo de mula a traer becerros, para engordarlos y luego venderlos o conservarlos como pie de cría. Uno de esos becerros fue el famoso “Charpita”, un toro negro, de fina estampa y de amplia encornadura que ha decorado por años las paredes de los hogares Moreno. Pues era común que, al entrar a la casa de algún familiar, lo primero con lo que te topabas era con la imagen del Charpita. Ese toro debió haber tenido su historia, que fue el orgullo de la familia por mucho tiempo, de otra forma no se explica tanta fama que logró tener tan bello ejemplar taurino.
O tal vez su amor a la fiesta brava se remonte a su niñez, Martha recuerda como en un sueño, aquellas tardes de toros, de la temporada grande, en la que se daban cita domingo a domingo en punto de las cuatro de la tarde y en las que ella, trepada en la ventana de doña Tula, la de Molina, el de la nieve, se quedaba extasiada ante aquellas imágenes en blanco y negro de la Plaza México, ¡la más grande del mundo! y donde se lidiaban a muerte toros de las más famosas ganaderías de la época: Miniahuapan, Tequisquiapan, Cuatro Caminos, Julián Yaguno, Reyes Huerta, etc.
La fiesta comenzaba desde que se visualizaban los tendidos llenos de gente a rebozar, y se paseaban por el pasillo interior de la plaza, los cronistas de la corrida: Paco Malgesto y Pepe Alameda, entrevistando a las más diversas figuras del medio artístico y torero que se daban cita en la plaza para presenciar la corrida de esa tarde.
En el palco de la autoridad, se escuchaban los acordes de la banda tocando todo tipo de pasos dobles: La Virgen de la Macarena, Silverio Pérez, El Relicario, España Cañí y varios más. Aun ahora, Martha vibra al escuchar alguno de esos pasos dobles que le recuerdan su infancia. Inmediatamente, la banda tocaba el paseíllo, el desfile de los toreros que protagonizarían esa tarde taurina, portando sus bellos trajes de luces y los más hermosos capotes, bordados con fina pedrería terciados al hombro.
De pronto, se interrumpía la música para que el juez, señalara a la banda que debía anunciar el primer tercio. Se abría la puerta de toriles, anunciando por lo alto el nombre del ejemplar que se iba a lidiar, así como su peso, 540 Kg., y el toro salía rugiendo, a recorrer el ruedo llevando en su lomo la insignia de la ganadería de su procedencia, y ahí estaban los cronistas: es un toro cárdeno, bragado, dosalbo de amplia encornadura y agudos pitones.
Inmediatamente, hacía su aparición el primer espada de la tarde, luciendo su esbelta figura, enfundada en su traje de luces, que se encaminaba, capote en mano, a encontrarse con su adversario al que le robaba algunos pases toreando elegantemente “A la Verónica” o citándolo con “El Circurret”, o si era muy valiente y el toro se lo permitía, hasta de rodillas. Dependiendo del desempeño del torero era la respuesta del público que podía ir desde un mar de aplausos, hasta una terrible rechifla.
Era entonces cuando hacían su aparición los picadores, listos para clavar sus agudas garrochas en el lomo y la sangre hacía su aparición a borbotones por el lomo del animal.
Era entonces cuando se anunciaba en lo alto el segundo tercio y aparecían los ayudantes, banderillas en mano citando al toro y encarrilándose corriendo para dejar en su lomo el primer par de banderillas, y así hasta el tercer par.
Era la época de los grandes toreros: Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Bueno, pues uno de ellos, hacía su aparición en el ruedo mientras se anunciaba en los tendidos el tercer tercio y el torero se dirigía, a dedicar su faena ya fuese a un personaje al que le entregaba en prenda su montera o bien dejándola en el piso de la plaza si se la dirigía al público, inmediatamente citaba al toro con la capa enmarcada con la espada, y daba gusto ver la elegancia de aquel hombre, toreando Al Natural y rematando con El Pase de Pecho, esto se prolongaba por unos minutos y finalmente, el torero se perfilaba a matar. Citando al toro con la capa y apuntando con la espada. Así terminaba la vida del toro y la faena del torero.
La primera vez que Martha presenció una corrida de toros fue una vez en su pueblo cuando su padre la llevó. Ella era muy pequeña y no recuerda que le haya impresionado tanto lo que ocurría en el ruedo, como sí el mal comportamiento de la gente, la segunda, fue una corrida en la Monumental de Morelia, en esa ocasión Martha si se impresionó mucho, primero por el lleno a reventar de la plaza, el movimiento de la gente y la multitud de colores. Pero lo que más la impactó, sin duda, fue la sangre, sí, hasta ahora, ella había visto las corridas en blanco y negro en la tele, pero en vivo, era otra cosa. Aun recuerda el dolor que experimentó al ver la sangre que cubría el lomo del toro a un lado y al otro. La tercera y la última vez que Martha presenció una corrida de toros fue en la grandiosa plaza de Las Ventas de Madrid, recuerda que lo primero que llamó su atención fue la belleza de la plaza decorada con aquella filigrana blanca de hierro forjado a la usanza árabe, también la impresionaron los caballos, pues era la primera vez que veía una corrida con rejoneadores.
La historia del toreo está sembrada de tragedias y alegrías. Tragedias cuando los toros en su afán de defenderse, atacan a su adversario, en ese momento se suspende la respiración de los asistentes pues han visto al torero volar por los aires, como le ocurrió a Joselito Huerta aquel 30 de septiembre de 1968 cuando el toro “Pablito” de Reyes Huerta la produjo una cornada de la que hubo que regresarle los intestinos a su lugar pues volaron junto con él y de la que se libró de la muerte, sólo por un milagro, pero hubo otras veces en que no sucedió así, tal fue el caso de Paquirrí. Ahora mismo, Martha no se sintió capaz de ver el video en el que se observa todo el proceso que ocurrió desde su vestido, hasta su muerte en la mesa de la enfermería de la propia plaza después de haber sido cornado por “Avispado”, quien le atravesó la femoral y el torero se desangró en cuestión de unos cuantos minutos. Alegrías cuando después de una gran faena, el torero le da la vuelta al ruedo, le conceden un apéndice, que puede ser una oreja, las dos o un rabo, luego el torero sale en hombros de la plaza e incluso, si a juicio de la autoridad de la plaza y tomando la opinión del público en general, se llega a conceder el indulto del toro.
Y así termina esta historia de luces y sombras, en la que Martha hizo una remembranza de su afición a la fiesta brava y en la que pretendió rendir un sencillo homenaje a los toros y a los toreros que se juegan la vida, en una tarde cualquiera y de la que van quedando tan sólo los recuerdos de lo que fue.
MARIA MARTHA MORENO MARTINEZ
ACÁMBARO, GTO.
8 DE AGOSTO DE 2020
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