HISTORIA DE UN INMIGRANTE.
Corría el año 1966, yo, Salomón, tenía tan sólo 10 años cuando mi familia emigró a los Estados Unidos y con esa emigración se fue mi infancia, pues se puede decir que, de un día para otro mi vida cambió, pasé de ser un niño a un adulto chiquito, pues lejos de salir a la calle a echarme una cascarita con mis amigos al regreso de la escuela como lo hacía en México, pasé a adquirir una serie de responsabilidades, pues mis padres se iban a trabajar y nos dejaban a mi hermana de 12 años y a mí, a cargo de mantener el orden en casa, lavar los trastes, etc. Luego, durante la tarde, íbamos a la escuela, pero yo, aunque era muy niño, siempre soñaba con regresar un día a la tierra que me vio nacer.
Debo decir que, por aquellos años, la situación de los emigrantes era muy diferente, no había esas ¡terribles! redadas que se producen ahora. Yo no recuerdo que hayamos vivido con temor como viven las familias de hoy en día, de hecho, aunque el trabajo era muy pesado, los migrantes éramos tratados con cierta dignidad, porque nuestros patrones valoraban nuestro trabajo y las autoridades también.
En los Estados Unidos, mi padre trabajó en los campos de California y mi madre en el servicio doméstico de una casa de gente acomodada.
Mi hermana y yo fuimos a la escuela por un tiempo, hasta terminar la primaria, después ya fue imposible seguir con los estudios.
Cuando tenía 15 años, y mi hermana 17, ambos nos enrolamos también como jornaleros junto con papá. Íbamos de un campo a otro cuando se acababa la temporada de la manzana, de la sandía, o del tomate, etc.
El trabajo era muy duro, había que levantarse a eso de las 4 de la mañana, porque a las 5 pasaba una camioneta por nosotros. Trabajábamos durante 9 horas sin parar más que a tomar agua o ir al baño y nos daban media hora para tomar un almuerzo.
A los 21 mis tíos me invitaron a trabajar con ellos en las yardas. Fue ahí donde aprendí mucho sobre jardinería, me enseñé a realizar todo tipo de mantenimiento a las plantas, había que poner hermosos los jardines de los clientes, pero además, aprendí a cultivar, y cuidar árboles frutales. Esta expariencia me sería de gran utilidad ya en México.
Estando trabajando con mis tíos en las yardas, me hice de un amigo: Jorge, él ya era un hombre mayor, pero igual lo consideré siempre mi amigo, porque me encantaba escuchar sus historias y que él escuchara las mías. Jorge, que para entonces tenía 66 años, constantemente me platicaba que tan sólo esperaba cumplir los 67, para jubilarse y regresarse a su tierra que tanto extrañaba: Guadalupe Zacatecas. Decía que su esposa no quería regresar a México porque en los Estados Unidos tenía a sus hijos, pero era tanta la nostalgia de aquel hombre que llegó a decirle a su esposa:
- Pues, ni modo vieja, te quedarás tú, pero yo me regreso. Ya nuestros hijos son mayores, ya tienen su propia familia, ya no me necesitan. Así que, se puede decir que yo, ya cumplí.
Pero la vida, le jugaría una mala pasada a mi amigo Jorge. Mientras esperaba el año que le faltaba para jubilarse, enfermó gravemente de cáncer de próstata, y los médicos ya no pudieron hacer nada porque la enfermedad estaba muy avanzada. Y así, mi amigo, se llevó a la tumba esa nostalgia por su tierra.
Por eso, que cada día que pasaba, resonaban las palabras de Jorge en mis oídos pues, yo sentía lo mismo que él, ansiaba regresar a mi tierra, con mi gente, a mis tradiciones, etc. No quería morir allá. Y así que, me propuse que no me pasaría lo mismo, por lo que sólo esperé a cumplir mis 67 años de edad, para jubilarme y regresar a mi tierra, Acámbaro. Allá había comprado hacía algunos años un terrenito el cual pensaba cultivar una vez que hubiese regresado. También tenía una casita, pequeña, pero cómoda.
Y gracias a Dios, mi sueño se cumplió. A los 67 años de edad me jubilé y sólo esperé mi trámite de jubilación. En cuanto se resolvió, tomé el avión que me trajo hasta Morelia y de ahí, un autobús a mi ¡gloriosa tierra de Acámbaro!
Desde que llegué, no he dejado de dar gracias a Dios por haberme ayudado a cumplir mi sueño. Ahora, ya tengo 2 años aquí. Durante ese tiempo, me he dedicado a amueblar mi casita, y hasta he plantado un huerto en el que sueño un día poder cosechar: granadas, papayas, guayabas y hasta aguacates y además te contaré. Siempre fui fan de los Tigres del Norte. Cuando sabía que irían a tocar a los Angeles, ahorraba mi dinerito para poder ir a verlos en vivo. Amo su música, con la que me identifico plenamente. Por ese motivo, he tratado de imitar su vestuario y me he mandado hacer al menos unos 5 trajes de diferentes colores, igualitos a los que ellos usan en sus conciertos, me refiero a ese estilo vaquero que ¡tanto me gusta!, desde luego mis botas y mi texana, que siempre hacen juego con el traje.
Ahora, me levanto muy temprano, a eso de las 5 de la mañana, pues ya acostumbré así a mi reloj biológico y no quiero cambiarlo. Me pongo a revisar mis arbolitos, que no les falte agua, que no vayan a tener alguna plaga, les remuevo la tierra etc. Luego, me preparo un desayuno ligero, tomo un buen baño y a eso de las 7 de la mañana, me enfundo en mi traje, así me voy todos los días al atrio de la parroquia y me siento, con toda la calma del mundo en una banca a contemplar a los niños juagar con las palomas, a ver a la gente pasar, y sobre todo, a dialogar con un grupito de amigos con los que compartimos nuestras experiencias. Luego, a eso del medio día, me voy a comprar mis boletos de la lotería, pues otra de mis pasiones ha sido el fut bol, que practicaba los sábados por la tarde con algunos compañeros de trabajo con los que formamos un equipo que participaba en la liga de Sacramento. Ahora, ya no puedo jugar pero me encanta apostar a los equipos que participan en los diferentes torneos.
Por ahora, estoy tranquilo, sé que mi familia se encuentra bien en los Angeles, donde establecieron su residencia, mi esposa, en ocasiones les cuida a los nietos, pero también tiene un grupo de amigas con las que practica algunas actividades como: yoga, tejido, etc. Todo ello me produce una gran tranquilidad. Nos hablamos a diario, aprovechando la tecnología de las videollamadas. Así que, se puede decir que yo estoy feliz aquí, y ella es feliz allá.
No sé cuanto más dure la alegría de estar disfrutando mi tierra, pero mientras tanto, trataré de aprovecharla al máximo, gozando de la oportunidad que la vida me está dando. Por ahora sólo puedo decir que: ¡Amo a mi tierra de Acámbaro!!!!! A la que regresé, después de ¡tantos años! Gracias a Dios.
MARÍA MARTHA MORENO MARTINEZ
6 de septiembre de 2025
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