POSADITAS.
-Venimos
rendidos, desde Nazaret….
Para Martha
su infancia estuvo inevitablemente ligada a la vida religiosa, porque su día a
día transcurría entre su casa y la de las religiosas franciscanas. Con sólo
atravesar la calle, ya se encontraba recorriendo aquellos patios de cemento que daban
al dormitorio de las internas, aquel cuarto
enorme, oscuro y frío en el que se aposentaban no menos de 15 catres, entre
ellos el de Lupe Paredes, Felícitas, Agustina del Río y Paz Rojas.
Provenientes
de comunidades apartadas y en la imposibilidad de que sus familias les pudieran
brindar una vida mejor, llegaban
aquellas niñas al internado, quienes a cambio de un poco de comida, un sitio
para dormir y una silla en la escuela primaria, contribuían,con su trabajo
diario, a sostener aquella enorme casa y a sus habitantes, las religiosas
franciscanas.
El
sitio más emblemático de la casa franciscana, era sin duda alguna, la capilla,
en la que siempre se respiraba un ambiente de limpieza, armonía, pero sobre todo,
donde reinaba una profunda paz. La Purísima Concepción ocupaba el puesto
central en el altar y al lado derecho, San Francisco. Siempre había flores en
el altar.
Aquella
capilla cobraba vida propia para Martha en el mes de mayo, pues ella, sus
hermanos y otros vecinitos, eran los primeros en llegar a rezar el rosario y a
ofrecer flores. Para ello, ya su mamá les había confeccionado con anterioridad
sus vestidos blancos, los velos de tul y sus coronas de azares de cera. Había
que comportarse con mucha devoción. Al final de cada misterio se entonaba un cántico
y se formaban los niños para presentar en el altar diferentes ofrendas: flores,
incienso, perfume, y coronas de madera con flores entrelazadas. Después del
rosario había que dejar a las religiosas solas porque era la hora en que ellas
rezaban “el oficio”. Pero Martha, siempre curiosa, no perdía la oportunidad de espiar,
así observaba que las hermanas se colocaban de pie alrededor de la capilla,
cada una con su libro en la mano, recitaban varias oraciones y cantaban en
latín la liturgia de las horas.
Pero
sobre todo, aquella capilla se revestía de un ambiente festivo en diciembre por
las posadas. De la misma forma que en mayo, se rezaba el rosario todos los días. Al frente
del altar se colocaba sobre una tablita el misterio, es decir, la virgen, san
José y el ángel. Los cánticos eran propios de la temporada. Pero lo más
emocionante era pedir la posada.
Posada
te pide amado casero,
Por
solo una noche, la reina del cielo….
Toda
la comunidad, integrada por: las religiosas, las internas y los externos iban por
aquel largo pasillo de cemento cantando en latín la letanía y pidiendo la
posada en las puertas del dormitorio de las internas, la ropería y en la puerta de la capilla.
Martha no recuerda que hubiese habido aguinaldos ni piñatas. Sólo aquel
ambiente único y especial de las posadas que reinaba en aquella enorme y
humilde casa franciscana.
Pero
había que independizarse ¿verdad?, así que llegó un día en que Martha, que
tenía la tendencia a imitar todo lo que veía en la casa de las madres, tuvo la ocurrencia de organizar unas
posaditas en su casa, para ello juntó a los amiguitos de la cuadra: Marthita
Beltrán, Irma, y a las hijas de “La China”: Yolanda, Evelia y Maricela.
Acompañados de sus padres, todos aquellos niños rezaban el rosario y pedían la
posada. Después, los asistentes alegraban el ambiente con cantos que hacían
referencia al reparto de aguinaldos:
No
quiero oro, ni quiero plata.
Yo lo
que quiero es romper la piñata.
O
Ándale
Vero, sal del rincón
Con la
canasta de la colación.
O
Salgan
salgan salgan váyanse a dormir,
Para
que mañana los dejen venir.
Y ahora
sí que había aguinaldos: unas canastitas o servilletas de papel que contenían
aquellas ricas colaciones, dulces con un centro de semilla de cilantro o una
cascarita de naranja. ¡Deliciosas!, cuando le tocaba a Irma la posada les repartía una lima que cortaba de su árbol, en otras ocasiones, el aguinaldo era un puñadito de
semillas de calabaza y en el mejor de los casos, una bolsita de papel de
estraza con una mandarina, unos tres cacahuates y un trocito de caña.
Actualmente,
Martha no puede definir la tristeza que le invade en este tiempo de posadas,
piensa que puede ser la terrible huella del tiempo, que pasa inexorablemente. Cuando
era niña, este tiempo de posadas lo asociaba con alegría, convivencia, y
felicidad. No hacía falta un regalo
costoso, bastaba con una colación con semillita de cilantro o cascarita de
naranja.
Ahora,
Martha piensa que esta tradición se pierde cada vez más entre la bruma de lo
digital, lo globalizado, y lo caótico, características éstas, tan asociadas al mundo
actual.
Anteriormente
era común que en las casas se organizaran las posadas, y no eran pocas las que
se hacían a puertas abiertas, es decir, todo aquel que llegase a rezar el
rosario y pedir la posada tenía derecho a su aguinaldo.
Es
triste, piensa Martha, que en la actualidad haya cada vez menos posadas, y las
que hay degeneren en baile, vino, y disturbios, lo cual es una verdadera
tristeza. Algo totalmente impensable en aquella época.
Por
eso Martha escribe estas líneas, para recordar el tiempo que se ha ido, para
rememorar las felices fiestas de las posadas de antaño. Para alimentar la
memoria del pasado, para sentar un precedente, para dejar constancia del tiempo
de posaditas, esa hermosa tradición que
tristemente está cayendo en el olvido.
MARÍA
MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro,
Gto.
16 de
diciembre de 2022.
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