viernes, 16 de diciembre de 2022

POSADITAS

 

POSADITAS.

 

-Venimos rendidos, desde Nazaret….

Para Martha su infancia estuvo inevitablemente ligada a la vida religiosa, porque su día a día transcurría entre su casa y la de las religiosas franciscanas. Con sólo atravesar la calle, ya se encontraba  recorriendo aquellos patios de cemento que daban al   dormitorio de las internas, aquel cuarto enorme, oscuro y frío en el que se aposentaban no menos de 15 catres, entre ellos el de Lupe Paredes, Felícitas, Agustina del Río y Paz Rojas.

Provenientes de comunidades apartadas y en la imposibilidad de que sus familias les pudieran brindar una vida mejor,  llegaban aquellas niñas al internado, quienes a cambio de un poco de comida, un sitio para dormir y una silla en la escuela primaria, contribuían,con su trabajo diario, a sostener aquella enorme casa y a sus habitantes, las religiosas franciscanas.

El sitio más emblemático de la casa franciscana, era sin duda alguna, la capilla, en la que siempre se respiraba un ambiente de limpieza, armonía, pero sobre todo, donde reinaba una profunda paz. La Purísima Concepción ocupaba el puesto central en el altar y al lado derecho, San Francisco. Siempre había flores en el altar.

Aquella capilla cobraba vida propia para Martha en el mes de mayo, pues ella, sus hermanos y otros vecinitos, eran los primeros en llegar a rezar el rosario y a ofrecer flores. Para ello, ya su mamá les había confeccionado con anterioridad sus vestidos blancos, los velos de tul y sus coronas de azares de cera. Había que comportarse con mucha devoción. Al final de cada misterio se entonaba un cántico y se formaban los niños para presentar en el altar diferentes ofrendas: flores, incienso, perfume, y coronas de madera con flores entrelazadas. Después del rosario había que dejar a las religiosas solas porque era la hora en que ellas rezaban “el oficio”. Pero Martha, siempre  curiosa, no perdía la oportunidad de espiar, así observaba que las hermanas se colocaban de pie alrededor de la capilla, cada una con su libro en la mano, recitaban varias oraciones y cantaban en latín la liturgia de las horas.

Pero sobre todo, aquella capilla se revestía de un ambiente festivo en diciembre por las posadas. De la misma forma que en mayo,  se rezaba el rosario todos los días. Al frente del altar se colocaba sobre una tablita el misterio, es decir, la virgen, san José y el ángel. Los cánticos eran propios de la temporada. Pero lo más emocionante era pedir la posada.

Posada te pide amado casero,

Por solo una noche, la reina del cielo….

Toda la comunidad, integrada por: las religiosas, las internas y los externos iban por aquel largo pasillo de cemento cantando en latín la letanía y pidiendo la posada en las puertas del dormitorio de las internas,  la ropería y en la puerta de la capilla. Martha no recuerda que hubiese habido aguinaldos ni piñatas. Sólo aquel ambiente único y especial de las posadas que reinaba en aquella enorme y humilde casa franciscana.

Pero había que independizarse ¿verdad?, así que llegó un día en que Martha, que tenía la tendencia a imitar todo lo que veía en la casa de las madres,  tuvo la ocurrencia de organizar unas posaditas en su casa, para ello juntó a los amiguitos de la cuadra: Marthita Beltrán, Irma, y a las hijas de “La China”: Yolanda, Evelia y Maricela. Acompañados de sus padres, todos aquellos niños rezaban el rosario y pedían la posada. Después, los asistentes alegraban el ambiente con cantos que hacían referencia al reparto de aguinaldos:

No quiero oro, ni quiero plata.

Yo lo que quiero es romper la piñata.

O

Ándale Vero, sal del rincón

Con la canasta de la colación.

O

Salgan salgan salgan váyanse a dormir,

Para que mañana los dejen venir.

Y ahora sí que había aguinaldos: unas canastitas o servilletas de papel que contenían aquellas ricas colaciones, dulces con un centro de semilla de cilantro o una cascarita de naranja. ¡Deliciosas!, cuando le tocaba a Irma la posada  les repartía una lima que cortaba  de su árbol, en otras   ocasiones, el aguinaldo era un puñadito de semillas de calabaza y en el mejor de los casos, una bolsita de papel de estraza con una mandarina, unos tres cacahuates y un trocito de caña.

Actualmente, Martha no puede definir la tristeza que le invade en este tiempo de posadas, piensa que puede ser la terrible huella del tiempo, que pasa inexorablemente. Cuando era niña, este tiempo de posadas lo asociaba con alegría, convivencia, y felicidad. No hacía falta un  regalo costoso, bastaba con una colación con semillita de cilantro o cascarita de naranja.

Ahora, Martha piensa que esta tradición se pierde cada vez más entre la bruma de lo digital, lo globalizado, y lo caótico,  características éstas, tan asociadas al mundo actual.

Anteriormente era común que en las casas se organizaran las posadas, y no eran pocas las que se hacían a puertas abiertas, es decir, todo aquel que llegase a rezar el rosario y pedir la posada tenía derecho a su aguinaldo.

Es triste, piensa Martha, que en la actualidad haya cada vez menos posadas, y las que hay degeneren en baile, vino, y disturbios, lo cual es una verdadera tristeza. Algo totalmente impensable en aquella época.

Por eso Martha escribe estas líneas, para recordar el tiempo que se ha ido, para rememorar las felices fiestas de las posadas de antaño. Para alimentar la memoria del pasado, para sentar un precedente, para dejar constancia del tiempo de posaditas, esa  hermosa tradición que tristemente está cayendo en el olvido.

 

MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.

Acámbaro, Gto.

16 de diciembre de 2022.

 

 

 

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