DESCUBRIENDO A SALVADOR ELIZONDO.
Allá, en los vericuetos más recónditos de mi memoria, tenía guardado este nombre: Salvador Elizondo, pero no tenía idea de quién sería ese señor, bueno, sabía que era parte del contexto cultural de nuestro país, pero nada más, así que….
Hasta ahora, que empiezo a experimentar, lo que dicen será, la hecatombe de la jubilación, esta sensación tan contraria a tenerlo todo planeado y organizado desde el amanecer hasta el anochecer. Bueno, pues en uno de estos días, encendí el televisor y lo primero que apareció en el canal 22 de la UNAM fue justamente una entrevista que debe ser antiquísima, uso este adjetivo porque la hace Silvia Lemus, cuando aún era muy joven. Y revisando los datos biográficos, Salvador Elizondo nació en la Cd. de México 1932 y muere en la misma Cd. en 2006. Es decir, murió de 74 años, lo cual significa que la entrevista debe haberse realizado poco tiempo antes de su muerte. Lo primero que me impresionó fue su elegancia, y su buen humor, así como la fluidez de sus palabras.
Silvia Lemus lo presentó como: catedrático de la máxima casa de estudios de México, la UNAM, también como escritor, traductor, poeta, ensayista, y con un humor agudo. Humor que, por cierto, pude experimentar desde sus primeras frases. Me sorprendió la falta de elocuencia de sus comentarios, no porque no lo fueran, sino más bien porque les confería tan poco “peso específico”, que parecía no darles importancia y no era por destacar su humildad, más bien, dando a entender la falta de cultura de los mexicanos que no se interesaban en su literatura, “peor para ellos” expresó. Tanto destacó este carácter en sus comentarios que le confiesa a Silvia Lemus, esa especie de decepción que experimentó al haber influido, durante 31 años de carrera académica, en la formación de apenas “no más de diez”, escritores, el resto de sus alumnos no estudiaban la carrera de filosofía y letras para dedicarse a escribir, sino más bien para llegar a ser profesores de literatura, continuó diciendo.
Su estilo humorístico quedó de manifiesto, particularmente, en la respuesta a la pregunta:
- ¿qué opina Salvador Elizondo del cuerpo?
- Bueno, el cuerpo a mi edad es una máquina que empieza a descomponerse.
Estas respuestas un tanto sarcásticas, no las hacía con tristeza, más bien con una gran sonrisa, como restando importancia a todo y a todos. Así expresó el temor que experimentaba al salir a la calle, el temor a ser asaltado, a que se fuera a caer, a que se rompiera una pierna, etc.
- En dónde escribes.
- “En cualquier parte, últimamente he descubierto la cama. Si, sí, me gusta escribir en la cama, con mi pluma fuente y a mano”.
Y así, entre los más diversos matices del humor negro, giró la entrevista por espacio de una hora, la cual disfruté intensamente. Pero me quedaban varios pendientes, entre ellos, conocer algunos de sus textos. Para lo cual recurrí inmediatamente a la red de Internet. Lo primero que leí fue una nota de la UNAM de John Bruce-Novoa y Rolando Romero, cuyo prólogo inicia diciendo que: “Elizondo no cuenta nada, escribe; no busca comunicar nada, escribe”. Bueno, esta nota me pareció por demás intrigante, quería acercarme más a alguno de sus textos, para ello continue en mi búsqueda y encontré un texto maravilloso denominado: “El ocaso de la tristeza”.
Y ¡Guau!, de pronto comprendí su importancia, el valor que se le confiere en el contexto de la literatura moderna. Me pareció tan bello y original que me permitiré transcribir un poco de su primera parte.
El ocaso de la tristeza
“Es un hecho que la tristeza está condenada a desaparecer. Las situaciones que nos pone la vida moderna, especialmente la actividad incesante que genera y su altísima velocidad, dificultan cada vez más la precepción o la experiencia de este sentimiento que tuvo una vida fugaz en la conciencia o en la atención de los hombres. Cada día los tristes se vuelven más raros….”
Ahora que, si bien es cierto todos en algún momento de nuestras vidas hemos experimentado el sentimiento de la tristeza, jamás, por lo menos en lo que a mí se refiere, se me hubiese ocurrido cuestionarme acerca de su desaparición y menos aún, terminar clasificando a todos los “anti tristes” como “raros”.
El texto en su totalidad es un verdadero ejercicio de reflexión y análisis respecto al significado que le asigna al sentimiento de la tristeza. Es tan bello que me seduce la idea de continuar transcribiéndolo, pero concluyo diciendo que ello sería un verdadero crimen, ya que, al hacerlo, perdería se esencia, más bien sí, quiero culminar estas líneas para exhortar a los que las lean a seguir, como pienso hacerlo yo, descubriendo a Salvador Elizondo.
MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
27 de diciembre de 2022.