martes, 12 de mayo de 2020

DE PELÍCULA.

Al principio se resistieron, ignoraron todos los protocolos de seguridad y se dedicaron a vivir la vida, como se les iba viniendo.  Era pleno verano y el sol estaba radiante, se antojaba  ir a darse un chapuzón a la alberca, y en el mejor de los casos, a la playa. Se organizaban fiestas en las que bailaban, cantaban, se abrazaban y se emborrachaban hasta el amanecer. A nadie le preocupaba el mañana, lo importante era hoy.

No obstante, los medios de comunicación: la tv, las redes sociales, la radio y hasta las camionetas de sonido, que  recorrían las ciudades desde el amanecer hasta ya entrada la noche, voceaban el insistente mensaje: “quédate en casa, por favor, quédate en casa”.

Son “jaladas” decían muchos,  “puros cuentos”, nos quieren amedrentar con el miedo, contaban otros. “nel”,  mata más el narco que el coronavirus, no hagan caso. …

Todo empezó aquella primera semana de marzo de 2020. Cuando se empezó a publicar que un virus venido de Wuhan, China, estaba produciendo ciertos casos de una neumonía a típica, este virus de la familia de los Coronavirus, identificado como COVID-19, un virus totalmente nuevo, se estaba propagando rápidamente entre los habitantes de esa ciudad. De inmediato, las autoridades chinas procedieron a sitiar la ciudad, suspendieron las entradas y salidas y pusieron a toda la población en cuarentena.

¡Ah!, pero China está muy lejos, eso no nos va a pasar aquí, hagan gárgaras de limón y bicarbonato, usen su “detente”, sóplense aire caliente en la nariz con la secadora de pelo, busquen un  “trébol de cuatro hojas”, no pasa nada, a los mexicanos no nos pega ni la rabia.
Comenzaron a circular en la red todo tipo de “memes” haciendo mofa de la situación, como pretendiendo formar una especie de escudo a su alrededor que los protegería de la enfermedad.

Ya para finales de marzo la infección se había extendido por varios países: Italia, Francia, España, Corea del Sur, etc. ¡Quédense en casa! Seguían insistiendo los medios de comunicación. La gente empezó a darle cierto crédito a lo que estaba sucediendo, sobre todo por la cantidad de muertos que se daban a conocer a diario. ¡Setecientos y hasta novecientos muertos en un solo día en Italia!, y empezaron a producirse las compras de pánico, los anaqueles en los supermercados estaban casi vacíos, había personas  en los pasillos que se peleaban por una bolsa de pañales o un paquete de papel sanitario.

Las escuelas cerraron sus puertas, ya en sus patios no se escuchaba más la risa alegre de los niños, ni la voz intensa de los maestros.

Pero sin duda, lo más grave para el pueblo de México fue que por primera vez en su historia, no hubo Semana Santa, se conformaron con asistir virtualmente a los cultos en las iglesias vacías lo cual les resultaba por demás lastimoso y triste ya que estaban acostumbrados a  llevar su palma en la mano para acompañar a Jesús en su entrada triunfante a Jerusalén el Domingo de Ramos, o a  llevar a bendecir el pan en los canastos con  sus servilletas blancas lindamente bordadas el Miércoles Santo, o a cargar su cruz en la procesión del silencio el Viernes Santo. No, nada de eso fue posible porque las iglesias estaban cerradas a piedra y lodo.

Cada vez que la gente encendía su televisor, en vez de ver su telenovela favorita,  tal como estaban acostumbrados, lo único que se veía era al Dr. López Gatel informando de la situación de la pandemia en México y en el mundo.

Con todo lo que estaba sucediendo, la gente comenzó a retraerse más en sus hogares, a salir lo menos posible. Y fue entonces cuando se empezó a producir otra situación, quizá más difícil aun, la crisis de la convivencia en casa. Cinco y hasta ocho miembros de la familia en una casa de interés social, poco menos que la locura. La angustia, la violencia, la depresión y la histeria se adueñaron de los hogares.

Los hospitales estaban totalmente rebasados, se abrieron carpas en las afueras de los mismos, se habilitaban todo tipo de espacios, se contrataron las clínicas privadas, etc., todo  para asistir a los infectados, y ni aun así era posible atender a tantos enfermos, las funerarias y los crematorios no se daban abasto, ya no había lugar en los panteones que alcanzara para enterrar a tantos muertos.

Llegó el momento en que ya no fue posible internar a los pacientes en un hospital, y tuvieron que quedarse en casa, lo cual generó cada vez más contagios. A  los muertos los sacaban a la calle para que la sanidad pública se hiciera cargo de ellos, porque había que seguir atendiendo a los enfermos que quedaban en casa.

Otra cosa que también los mexicanos extrañaban era no poder dar a sus difuntos un  digno adiós, no poder velarlos toda la noche, mientras la concurrencia mataba el tiempo tomando café o ponche con piquete,  rezarle  un rosario  al muertito o llevarlo al panteón con sus coronas de flores y la banda de viento tocando el “puño de tierra” detrás del féretro. No, nada de eso era posible, porque por el temor al contagio no les permitían a los familiares siquiera despedirse de sus difuntos.

Llegó el momento, en que como los familiares no tenían permitido ingresar a los hospitales,   muchos  enfermos morían sin  ser identificados, ni reclamados por nadie, así que fueron a parar a una fosa común.

Todo esto iba pesando en el ánimo de los mexicanos, la gente perdió sus trabajos y hasta   el hambre, primero por la tristeza de lo que estaba sucediendo, cuando no, porque habían escaseado el dinero y por consiguiente, los víveres, los cuales se destinaban a los más pequeños, pero en un momento determinado, ya ni los bebés podían comer, sus llantos contribuyeron a incrementar la histeria que ya se vivía el interior de los hogares.

La gente perdía la ilusión de vivir, conscientes de que la muerte los alcanzaría en cualquier momento, y que sólo era cuestión de tiempo. El panorama era cada vez más desolador, ya nadie se preocupaba por nadie, porque todos estaban más o menos enfermos, sus cuerpos perdían peso irremediablemente, y los huesos a penas forrados de piel se observaban deambular por los rincones de las casas, si es que no estaban tirados, sumidos entre la fiebre y el ahogo.

Los animales domésticos, al faltarles la comida y habiendo en las calles muertos tirados en abundancia, comenzaron a darse un festín, entre los perros y los gatos se disputaban aquellos cuerpos destrozados.

Pero llegó el día en que los hospitales empezaron a quedarse solos, poco a poco, en la medida que los pacientes y el personal se fueron muriendo.

Muy pocos lograron sobrevivir y vencer la pandemia. Estos sobrevivientes lograron cierta inmunidad y cada día que pasaba se sorprendían más y más, de no haber contraído la enfermedad. Si viviera Darwin, seguramente se explicaría el fenómeno a partir de la selección natural, lo cierto es que este grupo de sobrevivientes tenían algo en común; se preocupaban por los demás, eran solidarios, tomaban decisiones rápidas e inteligentes, estaban acostumbrados a la solución de problemas, eran educados y vivían en armonía.

Todo sin duda, tiene un precio. Nosotros tuvimos la oportunidad de crear un mundo mejor y la desaprovechamos, pero tal vez estos sobrevivientes logren lo que a nosotros no nos fue posible.


Lo que acabo de narrar, parece de película, pero no, no fue ficción, ni la ciencia, ni los más avanzados adelantos tecnológicos lograron detener la debacle generada por ese enemigo común, el COVID-19, que arrasó casi a la humanidad entera en aquel fatídico 2020.

Nunca sabremos qué habrá pasado con estos sobrevivientes, porque para cuando estos nuevos habitantes hayan poblado de nuevo la tierra, nosotros ya estaremos muertos, pero por ahora, albergamos la esperanza de que a partir de ellos, la vida en este hermoso planeta azul, será más  bella de lo que no logramos esta generación, ahora extinta.

MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
12 de mayo del 2020.




1 comentario:

  1. Nuevamente felicidades por ese don. Aprovechalo. Y si ojalá que la Nueva activación económica y de Salud sea acorde con el cuidado de nuestro planeta.

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