DE PELÍCULA.
Al principio se resistieron,
ignoraron todos los protocolos de seguridad y se dedicaron a vivir la vida,
como se les iba viniendo. Era pleno
verano y el sol estaba radiante, se antojaba ir a darse un chapuzón a la alberca, y en el
mejor de los casos, a la playa. Se organizaban fiestas en las que bailaban,
cantaban, se abrazaban y se emborrachaban hasta el amanecer. A nadie le
preocupaba el mañana, lo importante era hoy.
No obstante, los medios de
comunicación: la tv, las redes sociales, la radio y hasta las camionetas de
sonido, que recorrían las ciudades desde
el amanecer hasta ya entrada la noche, voceaban el insistente mensaje: “quédate
en casa, por favor, quédate en casa”.
Son “jaladas” decían muchos, “puros cuentos”, nos quieren amedrentar con el
miedo, contaban otros. “nel”, mata más
el narco que el coronavirus, no hagan caso. …
Todo empezó aquella primera
semana de marzo de 2020. Cuando se empezó a publicar que un virus venido de
Wuhan, China, estaba produciendo ciertos casos de una neumonía a típica, este
virus de la familia de los Coronavirus, identificado como COVID-19, un virus
totalmente nuevo, se estaba propagando rápidamente entre los habitantes de esa
ciudad. De inmediato, las autoridades chinas procedieron a sitiar la ciudad,
suspendieron las entradas y salidas y pusieron a toda la población en
cuarentena.
¡Ah!, pero China está muy
lejos, eso no nos va a pasar aquí, hagan gárgaras de limón y bicarbonato, usen
su “detente”, sóplense aire caliente en la nariz con la secadora de pelo,
busquen un “trébol de cuatro hojas”, no
pasa nada, a los mexicanos no nos pega ni la rabia.
Comenzaron a circular en la
red todo tipo de “memes” haciendo mofa de la situación, como pretendiendo
formar una especie de escudo a su alrededor que los protegería de la
enfermedad.
Ya para finales de marzo la
infección se había extendido por varios países: Italia, Francia, España, Corea
del Sur, etc. ¡Quédense en casa! Seguían insistiendo los medios de comunicación.
La gente empezó a darle cierto crédito a lo que estaba sucediendo, sobre todo
por la cantidad de muertos que se daban a conocer a diario. ¡Setecientos y
hasta novecientos muertos en un solo día en Italia!, y empezaron a producirse
las compras de pánico, los anaqueles en los supermercados estaban casi vacíos, había
personas en los pasillos que se peleaban
por una bolsa de pañales o un paquete de papel sanitario.
Las escuelas cerraron sus
puertas, ya en sus patios no se escuchaba más la risa alegre de los niños, ni
la voz intensa de los maestros.
Pero sin duda, lo más grave
para el pueblo de México fue que por primera vez en su historia, no hubo Semana
Santa, se conformaron con asistir virtualmente a los cultos en las iglesias
vacías lo cual les resultaba por demás lastimoso y triste ya que estaban
acostumbrados a llevar su palma en la
mano para acompañar a Jesús en su entrada triunfante a Jerusalén el Domingo de
Ramos, o a llevar a bendecir el pan en
los canastos con sus servilletas blancas
lindamente bordadas el Miércoles Santo, o a cargar su cruz en la procesión del
silencio el Viernes Santo. No, nada de eso fue posible porque las iglesias
estaban cerradas a piedra y lodo.
Cada vez que la gente
encendía su televisor, en vez de ver su telenovela favorita, tal como estaban acostumbrados, lo único que se
veía era al Dr. López Gatel informando de la situación de la pandemia en México
y en el mundo.
Con todo lo que estaba
sucediendo, la gente comenzó a retraerse más en sus hogares, a salir lo menos
posible. Y fue entonces cuando se empezó a producir otra situación, quizá más
difícil aun, la crisis de la convivencia en casa. Cinco y hasta ocho miembros
de la familia en una casa de interés social, poco menos que la locura. La
angustia, la violencia, la depresión y la histeria se adueñaron de los hogares.
Los hospitales estaban
totalmente rebasados, se abrieron carpas en las afueras de los mismos, se habilitaban
todo tipo de espacios, se contrataron las clínicas privadas, etc., todo para asistir a los infectados, y ni aun así
era posible atender a tantos enfermos, las funerarias y los crematorios no se
daban abasto, ya no había lugar en los panteones que alcanzara para enterrar a
tantos muertos.
Llegó el momento en que ya no
fue posible internar a los pacientes en un hospital, y tuvieron que quedarse en
casa, lo cual generó cada vez más contagios. A
los muertos los sacaban a la calle para que la sanidad pública se
hiciera cargo de ellos, porque había que seguir atendiendo a los enfermos que
quedaban en casa.
Otra cosa que también los
mexicanos extrañaban era no poder dar a sus difuntos un digno adiós, no poder velarlos toda la noche, mientras
la concurrencia mataba el tiempo tomando café o ponche con piquete, rezarle un rosario al muertito o llevarlo al panteón con sus
coronas de flores y la banda de viento tocando el “puño de tierra” detrás del
féretro. No, nada de eso era posible, porque por el temor al contagio no les
permitían a los familiares siquiera despedirse de sus difuntos.
Llegó el momento, en que como
los familiares no tenían permitido ingresar a los hospitales, muchos enfermos morían sin ser identificados, ni reclamados por nadie,
así que fueron a parar a una fosa común.
Todo esto iba pesando en el
ánimo de los mexicanos, la gente perdió sus trabajos y hasta el
hambre, primero por la tristeza de lo que estaba sucediendo, cuando no, porque
habían escaseado el dinero y por consiguiente, los víveres, los cuales se
destinaban a los más pequeños, pero en un momento determinado, ya ni los bebés
podían comer, sus llantos contribuyeron a incrementar la histeria que ya se
vivía el interior de los hogares.
La gente perdía la ilusión de
vivir, conscientes de que la muerte los alcanzaría en cualquier momento, y que
sólo era cuestión de tiempo. El panorama era cada vez más desolador, ya nadie
se preocupaba por nadie, porque todos estaban más o menos enfermos, sus cuerpos
perdían peso irremediablemente, y los huesos a penas forrados de piel se
observaban deambular por los rincones de las casas, si es que no estaban
tirados, sumidos entre la fiebre y el ahogo.
Los animales domésticos, al
faltarles la comida y habiendo en las calles muertos tirados en abundancia,
comenzaron a darse un festín, entre los perros y los gatos se disputaban
aquellos cuerpos destrozados.
Pero llegó el día en que los
hospitales empezaron a quedarse solos, poco a poco, en la medida que los
pacientes y el personal se fueron muriendo.
Muy pocos lograron sobrevivir
y vencer la pandemia. Estos sobrevivientes lograron cierta inmunidad y cada día
que pasaba se sorprendían más y más, de no haber contraído la enfermedad. Si
viviera Darwin, seguramente se explicaría el fenómeno a partir de la selección
natural, lo cierto es que este grupo de sobrevivientes tenían algo en común; se
preocupaban por los demás, eran solidarios, tomaban decisiones rápidas e
inteligentes, estaban acostumbrados a la solución de problemas, eran educados y
vivían en armonía.
Todo sin duda, tiene un
precio. Nosotros tuvimos la oportunidad de crear un mundo mejor y la
desaprovechamos, pero tal vez estos sobrevivientes logren lo que a nosotros no
nos fue posible.
Lo que acabo de narrar,
parece de película, pero no, no fue ficción, ni la ciencia, ni los más
avanzados adelantos tecnológicos lograron detener la debacle generada por ese
enemigo común, el COVID-19, que arrasó casi a la humanidad entera en aquel
fatídico 2020.
Nunca sabremos qué habrá
pasado con estos sobrevivientes, porque para cuando estos nuevos habitantes
hayan poblado de nuevo la tierra, nosotros ya estaremos muertos, pero por
ahora, albergamos la esperanza de que a partir de ellos, la vida en este
hermoso planeta azul, será más bella de
lo que no logramos esta generación, ahora extinta.
MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
12 de mayo del 2020.
Nuevamente felicidades por ese don. Aprovechalo. Y si ojalá que la Nueva activación económica y de Salud sea acorde con el cuidado de nuestro planeta.
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