LA ESTIRPE DE LOS MORENO.
La gente emigra por
diferentes razones, pero en México y en plena Revolución sólo se podía emigrar
por la propia seguridad, pues era muy frecuente que “los revolucionarios” o el
ejército nos robaran lo poquito que teníamos, llegaban a cualquier hora, especialmente
por la noche y arrasaban con todo lo que encontraban a su paso: desde gallinas,
hasta algunas monedas de oro o de plata que tuviéramos escondidas en un hoyo,
debajo de la cama.
Para entonces vivíamos en el
Paraíso, municipio de Tuxpan, Mich., ahí nacieron la mitad de mis hijos. Y ahí
fue donde aguantamos hasta más no poder la rapiña propia de aquellos tiempos.
Mi esposa Concha y yo vivíamos en paz y a gusto en estas tierras de Michoacán
antes de “La bola”, ahí vivían mis hermanos y mis padres, por lo tanto, era
difícil dejar el terruño, pero no hubo remedio.
Algunos amigos me habían
comentado que Guanajuato era un buen lugar para vivir, que la cosa no estaba
tan fea como en Michoacán, así que un día, inspirado por Dios, cuando regresaba
del campo a almorzar, le dije a Concha:
-
Anda mujer,
agarra tus chilpayates y unas gordas pa´l camino porque nos vamos.
-
Nos vamos ¿a
dónde Vicente?...
-
Pos dice Don
Pánfilo que en Guanajuato las cosas están mejor para vivir, así que nos vamos
p´a Acámbaro.
-
Y tu papa que
dice Vicente, ¿Ya le avisaste?.
-
Pos anoche
estuvimos platicando largo y dice que está bien, que si ese es mi gusto, pos
que está bien. Tal vez algún día pueda ir a echarnos una vuelta.
Y fue así como ensillé mi
mula, trepé en ella a los chiquillos y Concha y yo nos la echamos a pie,
caminábamos desde muy temprano, luego a eso de las 9 o 10 nos tomábamos un
descansito para echarnos un taco. Casi siempre de nopales que era lo que había
en el camino, los cuales asaba Concha en unas bracitas que prendíamos. Luego
seguíamos nuestro camino y después de tres días logramos divisar las primeras
casitas de Acámbaro. Nos fuimos a establecer a una lomita que tenía buena vista
y la bauticé con el nombre de: Los Órganos. Llegamos al pardear la tarde y como
no había más, nos guarecimos a la sombra de un Mezquite, que se ha mantenido en
pie hasta la actualidad. Así, vivimos algunos meses, mientras nos hacíamos de
un cuartito.
Era el tiempo de las
haciendas, y me imagino que mi fama de buen caporal se extendió por la región,
pienso que por eso fui contratado como capataz de la hacienda de Rancho Viejo,
y ahí estuve un tiempo, pero luego me di cuenta de que aquello no era vida,
había que trabajar como esclavo y al final, la riqueza siempre era para el
hacendado. Así que decidí empezar a trabajar por mi cuenta, tenía algunos
centavitos que había ahorrado mientras trabajaba en la hacienda, y unas cuantas
monedas que me había traído desde El Paraíso y fue así como compré mi primera
tierra.
Mis chamacos y yo empezamos a trabajar de sol
a sol en el campo, arando la tierra, y fuimos comprando unos animalitos que los
alimentábamos con lo mismo que daba la tierra.
Uno de mis lemas que al paso
del tiempo se habría de hacer famoso era aquello de que: “Para hacer fortuna,
has de trabajar con las yuntas de tu casa y los hijos de tu mujer”. Y así fue,
Concha y yo tuvimos una familia numerosa, doce nomás, más dos de Román: Marica
y Vicente, que al morir su papa, me los traje a vivir conmigo a ellos y a su
mama Carmen. Fue así como pasaron a ser de la familia. Sólo hubo cuatro mujeres, así que siendo hombres la
mayoría, pude ir extendiendo las propiedades. No digo que haya sido fácil,
trabajábamos como ya lo dije antes, de
sol a sol, pero nos unía el amor por la tierra, y a los animales. En el corral
siempre las vacas, en el portal los caballos y en el patio las gallinas. Era
como vivir en una “Arca de Noé”.
Los chamacos de ahora sueñan
con manejar un carro, en aquel tiempo eran los caballos nuestro medio de
transporte. Por eso habían de estar listos siempre, al alcance de la mano y en
buen estado porque en cualquier momento había que trasladarse de un lado a
otro. Para aquel entonces, ya la cuestión de la Revolución se había calmado y
se podría decir que vivíamos hasta cierto punto en paz. No había tanta gente
como ahora y podíamos transitar (en nuestros caballos) a cualquier hora del día
o de la noche, prácticamente no había obstáculo que se nos interpusiera. Para
mi era muy fácil darle a Luis o a Alfredo la orden de irse pal Caracol a las 12
de la noche, a darle una indicación al caporal que cuidaba de los animales. Y
regresar por la madrugada.
Aparte de poca gente, en
aquellos tiempos, tampoco había mucho que comer, ni que comprar, Luis habría de
contarles a sus hijos que aunque hubiera dinero, no había que comprar, tampoco
había diversiones, nuestra diversión eran los caballos y platicar. Cuando ya se
terminaba la jornada, era costumbre sentarnos alrededor del fogón a comernos un pan con
tantita leche y a platicar las historias del día.
En cuanto a educación,
tampoco había escuelas como ahora, entonces, mis chamacos aprendieron a leer y
a escribir, porque Marianita y su hermano, les enseñaron las letras. Algunos
hasta aprendieron a hacer algunas cuentas. Marianita era la maestra del pueblo,
y su hermano nos tomaría la única fotografía que habría de perdurar hasta hoy
en día, aquella en la que; primero Concha y luego yo, posamos bajo el mezquite,
aquel querido mezquite que nos cobijó a nuestra llegada a los Órganos.
Teníamos una cuadra de
caballos de lo mejor, no porque fueran bonitos, sino por lo bien educados que
estaban, de eso se encargaban mis hijos en sus tiempos libres. Ya por la tarde
cuando nos empezábamos a recoger, mis muchachos se ponían a “hacer a la rienda”
a los nuevos caballos, y hasta a practicar algunas suertes de charrería. A
todos nos gustaba lazar. Y éramos tan buenos que no había lazo que falláramos.
Ahora sí que donde poníamos el ojo, poníamos la reata. Llegamos a ser muy
buenos en el manejo de animales desde el caballo y tal vez a eso se debió que
todos mis hijos fueran tan buenos jinetes y charros, e incluso, Rafail hasta se
atrevía a torear algunos becerros en las fiestas de los ranchos. También hubo
algunos percances, producto de la misma afición. Fidel una vez lazando un toro
se llevó un dedo y algunos más de mis nietos también experimentaron la misma
suerte, pero que se iba a hacer. Esa era nuestra vida.
En cuanto al trabajo, el arar
la tierra con nuestras yuntas de bueyes era algo a lo que estábamos acostumbrados,
también a pastorear ganado y a ordeñar
vacas. Esas actividades eran el pan de cada día. Nuestra jornada empezaba a eso
de las tres de la mañana, al aparecer el
lucero de la mañana en el horizonte (nunca necesitamos relojes para medir el
tiempo, nos guiábamos por los astros: las estrellas y el sol). A esa hora había
que empezar a ordeñar, para que termináramos a las cuatro, hora en que mis
chamacos: Luis y Alfredo cargaban sus caballos para llevar la leche a Acámbaro.
Los caballos eran tan entendidos, que se sabían el camino, mientras los
chamacos aprovechaban pa echarse un sueñito. Porque a las cinco de la mañana
había que estar en la puerta de Socorrito, la mujer a la que le entregábamos la
leche.
Mis muchachos decían que pasaban frío en sus pies y alguna
vez hasta a Luis se le ocurrió quemarse con un tizón las cortadas de los
talones, porque pensaba que así mitigaría el dolor. Afortunadamente mi mujer lo
alcanzó a ver para impedírselo. Vestíamos de manta y huarachitos de correa que
nosotros mismos fabricábamos. Cuáles calcetines, ni qué nada. Los pies a rais.
En la temporada de calor estaba re bien, pero en el invierno se nos cuarteaba
la cara, las manos, los pies, todo. Algunas veces mis muchachos se acostaban
arrimaditos a los animales pa calentarse un poco. Era duro enfrentar el clima
de aquella época, pero también creo que eso nos hizo fuertes, porque no
recuerdo que mis chiquillos se enfermaran frecuentemente. Con todo y el frío
éramos felices en Los Órganos.
Pero también hubo cosas difíciles
que tuvimos que enfrentar. Una noche, cuando estábamos en la cocina, esperando
que Concha terminara de cocer la maicenita. Recuerdo muy bien que Mando estaba
tirado en el suelo en un petate, Concha atizándole al fogón y Luís y Yo,
sentados en cuclillas, fue entonces cuando entraron de
repente unos hombres tirándonos
con sus carabinas. Cuando se fueron, vimos los tiros ¡cerquita, cerquita! de la
cabeza de Mando, y Luis se jalaba el
calzón de manta y los agujeros de las balas no libraban la pierna. Fue entonces
cuando comprendí que sólo Dios pudo salvarnos de aquella afrenta.
Nos quedamos como aturdidos,
luego del susto y los balazos, pero en
cuanto nos recuperamos….
-
Ándale Luis que
se llevaron al Cirquero, ensíllense los caballos haber si lo podemos recuperar.
Luis y Melchor salieron tras
de los forajidos. Los alcanzaron y también les respondieron con balas, pero en medio de la confusión y la oscuridad,
el Cirquero recibió un plomazo. Así se lo llevaron los bandidos y al cabo de
algunos días habría de volver, tan sólo pa morirse en “su casa”. Esa fue la
hazaña del Cirquero, mi caballo preferido.
También he de contarles que a
Luis le gustaba mucho dejar evidencias de lo sucedido, pero como en aquellos
campos se escaseaba el papel, por eso escribía donde fuera, les digo esto pa
que ahora que van al Caracol lo puedan comprobar. De su puño y letra habría de
escribir tras de la puerta de la caballeriza la evidencia de una anega de maíz
que le prestó a Melquiades, el peón que traíamos en aquella época. También
mirarán un mensaje, escrito en el marco de la puerta, Ay ponen a Rubén a
que se los lea, él lo ha querido conservar y
a la letra dice: “Recuerdo del 16 de mayo de 1948 quedó declarado este
jueves, día solemne, de la Ascención.”,
pa entonces Luis tenía 35 años.
Los toros de lidia solo
pueden salir de la plaza en la que han sido toreados por dos motivos: o están muertos
o han sido indultados. No recuerdo muy
bien como fue, el caso es que para un 20 de noviembre, este animal, del que les
voy a contar su historia, perteneció al encierro que se lidió aquel día, en la fiesta de Zinapécuaro,
también supongo que el toro fue indultado, porque de otra manera no estaría yo
aquí, contándoles esta historia. El caso es que después de la corrida, el toro
fue a dar a los corrales de la plaza muy mal herido, pa pronto me hice de
palabras con el empresario y se lo compré. Me lo llevé pal Caracol, ahí lo
curamos y así pasó a formar parte de mi ganado. Era un hermoso animal, bravo
como él sólo. Ya una vez que se curó tuvo dos hijos: el Diamante y el Charpita, del
que les platicaré que se estrenó en el ruedo aquel día de febrero de 1955,
fecha en que estrenamos el corral de Los Órganos, que por cierto, también está
en pie hasta la actualidad. Ese día el Charpita
fue la estrella de la fiesta Era un día soleado, y la familia entera y
algunos invitados nos reunimos en el corral para herrar los becerros de aquella
temporada, entre los que estaba el Charpita, todo el mundo estaba sorprendido
con su bella estampa, su amplia
encornadura, su color negro brillante y su bravura, el torero que lo lidió fue:
Fidel Miranda, y Lupita, la enfermera de Concha, la fotógrafa. Le tomó una
fotografía, que habría de eternizarse para siempre en las paredes de todas las
casas de los Moreno. Este fue el Charpita, que todos ven en sus casas y del que
ya sólo Rubén sabe su historia. Bueno y ahora Uds. que la están leyendo.
Dicho sea de paso, he de
agradecerles infinitamente a Rubén y a toda su familia que se han tomado tanto
tiempo, dinero y esfuerzo para mantener las tierras y la finca del
Caracol. Sin su ayuda, la conservación
de esta “herencia” habría sido imposible, es digno de admiración ver el que
fuera uno de mis ranchos tan en buen estado, digo esto no porque esté
convertido en una residencia, no, sino, justamente lo contrario. Es de dar
gusto ver el buen estado en que se encuentran los potreros, tan limpios, y en
general bien cuidados. Pero sobre todo la casa blanca, toda la familia de Rubén
han hecho esfuerzos sobrehumanos para mantener los pisos, las caballerizas, las
sillas, y hasta la albarda de Concha colocada en su lugar. Dice Rubén que han
tratado de mantener todo como si me esperaran pa comer y que hasta algunas
noches han visto mi sombra deambular por los pasillos y cómo no, pos si uno se
va pa la eternidad y no le preguntan si quiere, así que las cosas se han
quedado como cuando yo las dejé. Y eso me da gusto, sí señor, me alegra saber
que me recuerdan, porque entonces es como si no hubiera muerto, es como si todavía
estuviera ahí.
Otra de las hazañas de Rubén
ya después de mi partida es que cuando vio que ya estaba muriendo aquel árbol,
fue a pedirle al dueño de una tierra que está en los hervideros de Huingo ese mezquite,
aquel donde Melchor colgaba su caballo
cuando había oportunidad pa ir a echarse un baño, pos fue a pedírselo y se lo
llevó hasta el Caracol. Era un gran mezquite y ahora está convertido en una
hermosa banca que da la bienvenida a los visitantes o cuando se sientan en él los chamacos y los
caporales para darse un respirito, antes de continuar con su labor.
Ahora que me acuerdo, también
he de contarles que otra de las áreas en las que probé fortuna fue en el
transporte de materiales, para eso me compré un camión de redilas, como del
tamaño de los torton de ahora. Luis lo manejaba y un día lo mandé a probar suerte
pa Veracruz. Se fue con los muchachos de Amalia Espinosa a Martínez de la
Torre, esos muchachos se dedicaban a
transportar caña de azúcar en la zafra. Pero la hazaña no tubo éxito, parece que Luis
extrañaba mucho la casa y se regresó. Ya para entonces sólo quedaba él soltero
pues fue el último que se casó. Y de hecho, pienso que si no hubiera sido por
mí, pos ni se casa. El decía que estaba muy a gusto en la casa, pero Concha
siempre me decía:
-
Vicente, ¿qué va
a ser ese muchacho sólo?, habías de buscarle por ai una mujer, porque si no,
éste no se va a casar.
-
Ay Concha y yo
de donde voy a sacar una mujer.
-
Pos date una
vuelta por el pueblo, ya encontrarás una.
Y así fue como agarraba mi
caballo o el camión y me salía a mirar a las muchachas del pueblo. Hasta
llegaron a hacerme la burla de que parecía que a mí me urgía más la mujer que a
Luis. Y era cierto, porque aguantar aquella cantaleta de Concha, no era cosa
fácil. Así fue como encontré a María.
A mí me gustaba tener una
buena manada de animales, engordaba los becerros y los vendía, también me
procuraba que mis animales fueran de la mejor estirpe, así que hacía buenas
cruzas y lograba ejemplares buenos. Cuando vendía animales les encargaba a mis
muchachos que se fueran a Tierra Caliente a traerse otros animalitos.
-
Luis y Alfredo,
preparen las mulas, porque en la madrugada se van pa Tierra Caliente, se traen
unos veitne becerros de un año, más o menos. Inviten a Raúl Marín pa que les
haga compañía.
Digánle a su mama que les
prepare unas gordas para el camino y ya saben, apuren el paso haber si pueden
llegar al oscurecer a las faldas del Pico Azul, si no, al menos al arroyo de
Jeráhuaro. Y tengan mucho cuidado con los voladeros, ya
ven que hay algunos muy traicioneros, parece que no está hondo y debajo de las
hierbas no se le ve el fondo al precipicio.
Después de unos ocho días de
camino a lomo de mula estaban de regreso.
-
Cómo les fue.
-
Bien pa, un
becerrillo anda un poco manco porque se cayó en una zanja, pero se pondrá bien.
-
Bueno, pues ya saben.
Lleven a los animales al corral y vénganse a echarse una lechita pa que se
vayan a acostar. Mañana preparan la yunta porque hay que arar la tierra del
plan.
Enfrente de la casa teníamos
un corral que sigue en pie hasta la fecha, ese lo usábamos para apartar las
vacas, pero cuando era tiempo de herrar, nos reuníamos toda la familia y
hacíamos una gran fiesta, una fiesta ranchera. En la que las mujeres se daban a la tarea de tenernos la comida,
por lo regular una barbacoa o un mole, los hombres nos repartíamos la tarea:
unos a tener lista la fogata y los fierros, otros a lazar los becerros y
conducirlos al corral, otros a pialar al animal para tumbarlo y otros a
herrarlo, otros más a montar al becerro una vez que ya había sido herrado. Esta
fiesta se hacía regularmente una vez al año, para marcar los nuevos becerros
con el fierro de Vicente Moreno.
No quiero que acabe esta
historia sin contarles algo de mi papa. Le decíamos papa Tono, era bien
conocido en la región, era muy inteligente, le gustaba también la toreada y
hasta entendía de planos, porque fue capaz de diseñar y hasta dirigió la obra
del entubamiento del agua de la presa de Rancho Viejo para regar algunas de las
tierras de la comunidad. Cuando estábamos en Tuxpan fue capaz de dirigir la obra
del canal que riega el valle de Tuxpan.
Y quien sabe que tan cierto sea, pero dicen algunos amigos que aun hoy en dia ese canal lleva el nombre de
Moreno. Y para acabarla de coronar, llegó a ser administrador de la Hacienda de
Providencia. Eso nomás pa que sepan algo de lo que era mi padre.
Luego nos mudamos a Acámbaro,
ahí compramos una casa, de ella tengo dos recuerdos; por un lado, el troje, que
Luís diseñó, y lo mandó a hacer tan
fuerte que está prácticamente intacto hasta nuestros días, también recuerdo
como si estuviera vivo, el olor a jabón
Palmolive que inundaba el baño, nomás entrar ahí. El jabón Palmolive siempre
fue el jabón de la familia. Por eso lo recuerdo aun acá entre los huesos y la
tierra.
En Acámbaro, ya estábamos
viejos Concha y yo, los muchachos se
habían casado, Luis fue el último que se fue, y para entonces, ya teníamos un montón de
nietos y era frecuente que se dirigiera a mi de esta manera:
-
Ay Viecente, tú
ni me sacas, nomás con tus vacas, allá en el campo y yo aquí, encerrada todo el
día.
-
Pero mujer, si
apenas ayer te fuiste a la boda de Gonzálo.
-
Pos sí pero
ahora quiero ir a darle una vuelta a Fidel.
-
Ah mujer, pos
vete, nomás me dejas la llave con Lázaro y tu agarra camino pa onde quieras. Le
dices a Serafín que te ensille el tordillo y te lo llevas, pa que te acompañe.
Y me agarraba la palabra, era
muy paseadora mi Concha. Le gustaban mucho las fiestas de los pueblos o las de
la familia. Por eso cuando ahora me llegan las noticias de que algunos de mis
nietos tienen ese gusto por los viajes, pos a mi me da risa y me digo….pos no
lo hurtan, lo heredan.
También he de decir de Concha
que sabía mandar, le gustaban “las cosas
bien hechas” y de eso daban cuenta Marica y Carmen, luego también María la de
Luís, ellas, que convivieron con mi mujer, ya cuando era grande, decían que era
muy exigente en cuestiones de la casa, especialmente de la comida. Las cosas
habían de hacerse como ella decía, y eso dificultaba las relaciones en la casa.
Pero ahí no me metía yo, la que mandaba era ella.
Ya en la etapa de Acámbaro, Concha
tenía otro gusto, le gustaba ver jugar a las niñas de Luis, a Marthita
haciéndole su alimento a Vero. A Concha le gustaba que le trajeran a las niñas
y para eso estaba Rubén, hijo de
Melchor. Que vivió con nosotros cuando estudiaba la secundaria. Por eso sabe
tanto de la familia.
-
Anda Rubén, ve y
dile a María que vienes por la niña. Así lo hizo varias veces hasta el último
día, en el que ya, faltándole el aliento, dejó a la niña en la banqueta de
Felix y esperó a que entrara, y se regresó casi sin aire. Alcanzó a llegar a la
casa sólo pa morirse.
Se murió así, de repente, tal
vez sea de ella que mi familia heredó los males del corazón, porque varios de
mis hijos y mis nietos también han muerto como ella. Un día de repente se
caen del caballo, como Melchor, pa
quedarse sembrado justo en la tierra del Caracol o Victor, mi nieto, al dormir
y pa no
volver a despertar.
Estos fueron tan sólo unos recuerdos de los orígenes de la
familia Moreno-Gómez de cuando éramos felices en los Órganos. Después vendría
la decadencia, pero de éso, p´a que acordarse…..
Basta con saber que hoy, 31
de Marzo de 2018, mis descendientes se reunieron en el Caracol, que alguna vez
fue mío, luego de mi hijo Melchor y ahora de mi
nieto Rubén. Algo que me alegra desde acá.
Y no olviden echarse unos
piales en mi honor, ya ven que así eran nuestras fiestas. Nos reuníamos pa
comer y luego, a probar suerte con los piales y las manganas. Pa eso teníamos
un lotecillo de yeguas que nos servían para dar el espectáculo. Invítense a:
Gerardo y a Juan Flores, pero, con los de Rubén tienen. Ya ven que Rubén hijo y
Saíd para eso de la pialada se pintan solos.
Mi nieta Martha me mandó
decir que hasta nos van a poner un altar, con flores y veladoras, vaya pues.
Que mi presencia, la de Concha y hasta la de cada uno de mis hijos, se representó con una
cruz para cada uno. Que disque van a hacer un árbol genealógico, y que mi bisnieto José Luís va a hacer un video,
yo no sé como será eso. En mis tiempos todo era muy natural, disfrutábamos de
la naturaleza, del campo, de los animales, de la tierra. Pero es bueno irse
actualizando, porque aunque yo no conocí todas estas nuevas tecnologías, pues
me alegra que mis descendientes las estén usando para traer a la memoria las
hazañas de sus ancestros. Eso me gusta mucho, porque aunque uno esté acá, no
deja de acordarse de sus tiempos, de lo que se quedó allá.
Por eso cuando pardea la
tarde, y el sol comienza a ponerse en el horizonte, me agarra una especie de
nostalgia y me acuerdo, sí, me acuerdo…..
Fue hermoso verlos festejar
la vida y saber que, en medio de todo el trajín de los tiempos modernos, aun
conservan esa pasión por el trabajo, y por los caballos y que llevan viva en su
corazón, la estirpe de Los Moreno.
MARIA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
26 de Marzo de 2018.