martes, 12 de mayo de 2020

DE PELÍCULA.

Al principio se resistieron, ignoraron todos los protocolos de seguridad y se dedicaron a vivir la vida, como se les iba viniendo.  Era pleno verano y el sol estaba radiante, se antojaba  ir a darse un chapuzón a la alberca, y en el mejor de los casos, a la playa. Se organizaban fiestas en las que bailaban, cantaban, se abrazaban y se emborrachaban hasta el amanecer. A nadie le preocupaba el mañana, lo importante era hoy.

No obstante, los medios de comunicación: la tv, las redes sociales, la radio y hasta las camionetas de sonido, que  recorrían las ciudades desde el amanecer hasta ya entrada la noche, voceaban el insistente mensaje: “quédate en casa, por favor, quédate en casa”.

Son “jaladas” decían muchos,  “puros cuentos”, nos quieren amedrentar con el miedo, contaban otros. “nel”,  mata más el narco que el coronavirus, no hagan caso. …

Todo empezó aquella primera semana de marzo de 2020. Cuando se empezó a publicar que un virus venido de Wuhan, China, estaba produciendo ciertos casos de una neumonía a típica, este virus de la familia de los Coronavirus, identificado como COVID-19, un virus totalmente nuevo, se estaba propagando rápidamente entre los habitantes de esa ciudad. De inmediato, las autoridades chinas procedieron a sitiar la ciudad, suspendieron las entradas y salidas y pusieron a toda la población en cuarentena.

¡Ah!, pero China está muy lejos, eso no nos va a pasar aquí, hagan gárgaras de limón y bicarbonato, usen su “detente”, sóplense aire caliente en la nariz con la secadora de pelo, busquen un  “trébol de cuatro hojas”, no pasa nada, a los mexicanos no nos pega ni la rabia.
Comenzaron a circular en la red todo tipo de “memes” haciendo mofa de la situación, como pretendiendo formar una especie de escudo a su alrededor que los protegería de la enfermedad.

Ya para finales de marzo la infección se había extendido por varios países: Italia, Francia, España, Corea del Sur, etc. ¡Quédense en casa! Seguían insistiendo los medios de comunicación. La gente empezó a darle cierto crédito a lo que estaba sucediendo, sobre todo por la cantidad de muertos que se daban a conocer a diario. ¡Setecientos y hasta novecientos muertos en un solo día en Italia!, y empezaron a producirse las compras de pánico, los anaqueles en los supermercados estaban casi vacíos, había personas  en los pasillos que se peleaban por una bolsa de pañales o un paquete de papel sanitario.

Las escuelas cerraron sus puertas, ya en sus patios no se escuchaba más la risa alegre de los niños, ni la voz intensa de los maestros.

Pero sin duda, lo más grave para el pueblo de México fue que por primera vez en su historia, no hubo Semana Santa, se conformaron con asistir virtualmente a los cultos en las iglesias vacías lo cual les resultaba por demás lastimoso y triste ya que estaban acostumbrados a  llevar su palma en la mano para acompañar a Jesús en su entrada triunfante a Jerusalén el Domingo de Ramos, o a  llevar a bendecir el pan en los canastos con  sus servilletas blancas lindamente bordadas el Miércoles Santo, o a cargar su cruz en la procesión del silencio el Viernes Santo. No, nada de eso fue posible porque las iglesias estaban cerradas a piedra y lodo.

Cada vez que la gente encendía su televisor, en vez de ver su telenovela favorita,  tal como estaban acostumbrados, lo único que se veía era al Dr. López Gatel informando de la situación de la pandemia en México y en el mundo.

Con todo lo que estaba sucediendo, la gente comenzó a retraerse más en sus hogares, a salir lo menos posible. Y fue entonces cuando se empezó a producir otra situación, quizá más difícil aun, la crisis de la convivencia en casa. Cinco y hasta ocho miembros de la familia en una casa de interés social, poco menos que la locura. La angustia, la violencia, la depresión y la histeria se adueñaron de los hogares.

Los hospitales estaban totalmente rebasados, se abrieron carpas en las afueras de los mismos, se habilitaban todo tipo de espacios, se contrataron las clínicas privadas, etc., todo  para asistir a los infectados, y ni aun así era posible atender a tantos enfermos, las funerarias y los crematorios no se daban abasto, ya no había lugar en los panteones que alcanzara para enterrar a tantos muertos.

Llegó el momento en que ya no fue posible internar a los pacientes en un hospital, y tuvieron que quedarse en casa, lo cual generó cada vez más contagios. A  los muertos los sacaban a la calle para que la sanidad pública se hiciera cargo de ellos, porque había que seguir atendiendo a los enfermos que quedaban en casa.

Otra cosa que también los mexicanos extrañaban era no poder dar a sus difuntos un  digno adiós, no poder velarlos toda la noche, mientras la concurrencia mataba el tiempo tomando café o ponche con piquete,  rezarle  un rosario  al muertito o llevarlo al panteón con sus coronas de flores y la banda de viento tocando el “puño de tierra” detrás del féretro. No, nada de eso era posible, porque por el temor al contagio no les permitían a los familiares siquiera despedirse de sus difuntos.

Llegó el momento, en que como los familiares no tenían permitido ingresar a los hospitales,   muchos  enfermos morían sin  ser identificados, ni reclamados por nadie, así que fueron a parar a una fosa común.

Todo esto iba pesando en el ánimo de los mexicanos, la gente perdió sus trabajos y hasta   el hambre, primero por la tristeza de lo que estaba sucediendo, cuando no, porque habían escaseado el dinero y por consiguiente, los víveres, los cuales se destinaban a los más pequeños, pero en un momento determinado, ya ni los bebés podían comer, sus llantos contribuyeron a incrementar la histeria que ya se vivía el interior de los hogares.

La gente perdía la ilusión de vivir, conscientes de que la muerte los alcanzaría en cualquier momento, y que sólo era cuestión de tiempo. El panorama era cada vez más desolador, ya nadie se preocupaba por nadie, porque todos estaban más o menos enfermos, sus cuerpos perdían peso irremediablemente, y los huesos a penas forrados de piel se observaban deambular por los rincones de las casas, si es que no estaban tirados, sumidos entre la fiebre y el ahogo.

Los animales domésticos, al faltarles la comida y habiendo en las calles muertos tirados en abundancia, comenzaron a darse un festín, entre los perros y los gatos se disputaban aquellos cuerpos destrozados.

Pero llegó el día en que los hospitales empezaron a quedarse solos, poco a poco, en la medida que los pacientes y el personal se fueron muriendo.

Muy pocos lograron sobrevivir y vencer la pandemia. Estos sobrevivientes lograron cierta inmunidad y cada día que pasaba se sorprendían más y más, de no haber contraído la enfermedad. Si viviera Darwin, seguramente se explicaría el fenómeno a partir de la selección natural, lo cierto es que este grupo de sobrevivientes tenían algo en común; se preocupaban por los demás, eran solidarios, tomaban decisiones rápidas e inteligentes, estaban acostumbrados a la solución de problemas, eran educados y vivían en armonía.

Todo sin duda, tiene un precio. Nosotros tuvimos la oportunidad de crear un mundo mejor y la desaprovechamos, pero tal vez estos sobrevivientes logren lo que a nosotros no nos fue posible.


Lo que acabo de narrar, parece de película, pero no, no fue ficción, ni la ciencia, ni los más avanzados adelantos tecnológicos lograron detener la debacle generada por ese enemigo común, el COVID-19, que arrasó casi a la humanidad entera en aquel fatídico 2020.

Nunca sabremos qué habrá pasado con estos sobrevivientes, porque para cuando estos nuevos habitantes hayan poblado de nuevo la tierra, nosotros ya estaremos muertos, pero por ahora, albergamos la esperanza de que a partir de ellos, la vida en este hermoso planeta azul, será más  bella de lo que no logramos esta generación, ahora extinta.

MARÍA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
12 de mayo del 2020.




domingo, 10 de mayo de 2020

La estirpe de los Moreno

LA ESTIRPE DE LOS MORENO.

La gente emigra por diferentes razones, pero en México y en plena Revolución sólo se podía emigrar por la propia seguridad, pues era muy frecuente que “los revolucionarios” o el ejército nos robaran lo poquito que teníamos, llegaban a cualquier hora, especialmente por la noche y arrasaban con todo lo que encontraban a su paso: desde gallinas, hasta algunas monedas de oro o de plata que tuviéramos escondidas en un hoyo, debajo de la cama.

Para entonces vivíamos en el Paraíso, municipio de Tuxpan, Mich., ahí nacieron la mitad de mis hijos. Y ahí fue donde aguantamos hasta más no poder la rapiña propia de aquellos tiempos. Mi esposa Concha y yo vivíamos en paz y a gusto en estas tierras de Michoacán antes de “La bola”, ahí vivían mis hermanos y mis padres, por lo tanto, era difícil dejar el terruño, pero no hubo remedio.

Algunos amigos me habían comentado que Guanajuato era un buen lugar para vivir, que la cosa no estaba tan fea como en Michoacán, así que un día, inspirado por Dios, cuando regresaba del campo a almorzar, le dije a Concha:
-       Anda mujer, agarra tus chilpayates y unas gordas pa´l camino porque nos vamos.
-       Nos vamos ¿a dónde Vicente?...
-       Pos dice Don Pánfilo que en Guanajuato las cosas están mejor para vivir, así que nos vamos p´a Acámbaro.
-       Y tu papa que dice Vicente, ¿Ya le avisaste?.
-       Pos anoche estuvimos platicando largo y dice que está bien, que si ese es mi gusto, pos que está bien. Tal vez algún día pueda ir a echarnos una vuelta.
Y fue así como ensillé mi mula, trepé en ella a los chiquillos y Concha y yo nos la echamos a pie, caminábamos desde muy temprano, luego a eso de las 9 o 10 nos tomábamos un descansito para echarnos un taco. Casi siempre de nopales que era lo que había en el camino, los cuales asaba Concha en unas bracitas que prendíamos. Luego seguíamos nuestro camino y después de tres días logramos divisar las primeras casitas de Acámbaro. Nos fuimos a establecer a una lomita que tenía buena vista y la bauticé con el nombre de: Los Órganos. Llegamos al pardear la tarde y como no había más, nos guarecimos a la sombra de un Mezquite, que se ha mantenido en pie hasta la actualidad. Así, vivimos algunos meses, mientras nos hacíamos de un cuartito.

Era el tiempo de las haciendas, y me imagino que mi fama de buen caporal se extendió por la región, pienso que por eso fui contratado como capataz de la hacienda de Rancho Viejo, y ahí estuve un tiempo, pero luego me di cuenta de que aquello no era vida, había que trabajar como esclavo y al final, la riqueza siempre era para el hacendado. Así que decidí empezar a trabajar por mi cuenta, tenía algunos centavitos que había ahorrado mientras trabajaba en la hacienda, y unas cuantas monedas que me había traído desde El Paraíso y fue así como compré mi primera tierra.

 Mis chamacos y yo empezamos a trabajar de sol a sol en el campo, arando la tierra, y fuimos comprando unos animalitos que los alimentábamos con lo mismo que daba la tierra.

Uno de mis lemas que al paso del tiempo se habría de hacer famoso era aquello de que: “Para hacer fortuna, has de trabajar con las yuntas de tu casa y los hijos de tu mujer”. Y así fue, Concha y yo tuvimos una familia numerosa, doce nomás, más dos de Román: Marica y Vicente, que al morir su papa, me los traje a vivir conmigo a ellos y a su mama Carmen. Fue así como pasaron a ser de la familia. Sólo  hubo cuatro mujeres, así que siendo hombres la mayoría, pude ir extendiendo las propiedades. No digo que haya sido fácil, trabajábamos como ya lo dije  antes, de sol a sol, pero nos unía el amor por la tierra, y a los animales. En el corral siempre las vacas, en el portal los caballos y en el patio las gallinas. Era como vivir en una “Arca de Noé”.

Los chamacos de ahora sueñan con manejar un carro, en aquel tiempo eran los caballos nuestro medio de transporte. Por eso habían de estar listos siempre, al alcance de la mano y en buen estado porque en cualquier momento había que trasladarse de un lado a otro. Para aquel entonces, ya la cuestión de la Revolución se había calmado y se podría decir que vivíamos hasta cierto punto en paz. No había tanta gente como ahora y podíamos transitar (en nuestros caballos) a cualquier hora del día o de la noche, prácticamente no había obstáculo que se nos interpusiera. Para mi era muy fácil darle a Luis o a Alfredo la orden de irse pal Caracol a las 12 de la noche, a darle una indicación al caporal que cuidaba de los animales. Y regresar por la madrugada.

Aparte de poca gente, en aquellos tiempos, tampoco había mucho que comer, ni que comprar, Luis habría de contarles a sus hijos que aunque hubiera dinero, no había que comprar, tampoco había diversiones, nuestra diversión eran los caballos y platicar. Cuando ya se terminaba la jornada, era costumbre sentarnos  alrededor del fogón a comernos un pan con tantita leche y a platicar las historias del día.

En cuanto a educación, tampoco había escuelas como ahora, entonces, mis chamacos aprendieron a leer y a escribir, porque Marianita y su hermano, les enseñaron las letras. Algunos hasta aprendieron a hacer algunas cuentas. Marianita era la maestra del pueblo, y su hermano nos tomaría la única fotografía que habría de perdurar hasta hoy en día, aquella en la que; primero Concha y luego yo, posamos bajo el mezquite, aquel querido mezquite que nos cobijó a nuestra llegada a los Órganos.

Teníamos una cuadra de caballos de lo mejor, no porque fueran bonitos, sino por lo bien educados que estaban, de eso se encargaban mis hijos en sus tiempos libres. Ya por la tarde cuando nos empezábamos a recoger, mis muchachos se ponían a “hacer a la rienda” a los nuevos caballos, y hasta a practicar algunas suertes de charrería. A todos nos gustaba lazar. Y éramos tan buenos que no había lazo que falláramos. Ahora sí que donde poníamos el ojo, poníamos la reata. Llegamos a ser muy buenos en el manejo de animales desde el caballo y tal vez a eso se debió que todos mis hijos fueran tan buenos jinetes y charros, e incluso, Rafail hasta se atrevía a torear algunos becerros en las fiestas de los ranchos. También hubo algunos percances, producto de la misma afición. Fidel una vez lazando un toro se llevó un dedo y algunos más de mis nietos también experimentaron la misma suerte, pero que se iba a hacer. Esa era nuestra vida.

En cuanto al trabajo, el arar la tierra con nuestras yuntas de bueyes era algo a lo que estábamos acostumbrados, también a pastorear ganado y  a ordeñar vacas. Esas actividades eran el pan de cada día. Nuestra jornada empezaba a eso de las tres de la mañana, al aparecer  el lucero de la mañana en el horizonte (nunca necesitamos relojes para medir el tiempo, nos guiábamos por los astros: las estrellas y el sol). A esa hora había que empezar a ordeñar, para que termináramos a las cuatro, hora en que mis chamacos: Luis y Alfredo cargaban sus caballos para llevar la leche a Acámbaro. Los caballos eran tan entendidos, que se sabían el camino, mientras los chamacos aprovechaban pa echarse un sueñito. Porque a las cinco de la mañana había que estar en la puerta de Socorrito, la mujer a la que le entregábamos la leche.

Mis muchachos  decían que pasaban frío en sus pies y alguna vez hasta a Luis se le ocurrió quemarse con un tizón las cortadas de los talones, porque pensaba que así mitigaría el dolor. Afortunadamente mi mujer lo alcanzó a ver para impedírselo. Vestíamos de manta y huarachitos de correa que nosotros mismos fabricábamos. Cuáles calcetines, ni qué nada. Los pies a rais. En la temporada de calor estaba re bien, pero en el invierno se nos cuarteaba la cara, las manos, los pies, todo. Algunas veces mis muchachos se acostaban arrimaditos a los animales pa calentarse un poco. Era duro enfrentar el clima de aquella época, pero también creo que eso nos hizo fuertes, porque no recuerdo que mis chiquillos se enfermaran frecuentemente. Con todo y el frío éramos felices en Los Órganos.

Pero también hubo cosas difíciles que tuvimos que enfrentar. Una noche, cuando estábamos en la cocina, esperando que Concha terminara de cocer la maicenita. Recuerdo muy bien que Mando estaba tirado en el suelo en un petate, Concha atizándole al fogón y Luís y Yo, sentados en cuclillas, fue entonces cuando entraron  de  repente unos  hombres tirándonos con sus carabinas. Cuando se fueron, vimos los tiros ¡cerquita, cerquita! de la cabeza de Mando,  y Luis se jalaba el calzón de manta y los agujeros de las balas no libraban la pierna. Fue entonces cuando comprendí que sólo Dios pudo salvarnos de aquella afrenta.

Nos quedamos como aturdidos, luego del susto y  los balazos, pero en cuanto nos recuperamos….

-       Ándale Luis que se llevaron al Cirquero, ensíllense los caballos haber si lo podemos recuperar.

Luis y Melchor salieron tras de los forajidos. Los alcanzaron y también les respondieron con balas,  pero en medio de la confusión y la oscuridad, el Cirquero recibió un plomazo. Así se lo llevaron los bandidos y al cabo de algunos días habría de volver, tan sólo pa morirse en “su casa”. Esa fue la hazaña del Cirquero, mi caballo preferido.

También he de contarles que a Luis le gustaba mucho dejar evidencias de lo sucedido, pero como en aquellos campos se escaseaba el papel, por eso escribía donde fuera, les digo esto pa que ahora que van al Caracol lo puedan comprobar. De su puño y letra habría de escribir tras de la puerta de la caballeriza la evidencia de una anega de maíz que le prestó a Melquiades, el peón que traíamos en aquella época. También mirarán un mensaje,  escrito  en el marco de la puerta, Ay ponen a Rubén a que se los lea, él lo ha querido conservar y  a la letra dice: “Recuerdo del 16 de mayo de 1948 quedó declarado este jueves,  día solemne, de la Ascención.”, pa entonces Luis tenía 35 años.

Los toros de lidia solo pueden salir de la plaza en la que han sido toreados por dos motivos: o están muertos o  han sido indultados. No recuerdo muy bien como fue, el caso es que para un 20 de noviembre, este animal, del que les voy a contar su historia, perteneció al encierro que se lidió  aquel día, en la fiesta de Zinapécuaro, también supongo que el toro fue indultado, porque de otra manera no estaría yo aquí, contándoles esta historia. El caso es que después de la corrida, el toro fue a dar a los corrales de la plaza muy mal herido, pa pronto me hice de palabras con el empresario y se lo compré. Me lo llevé pal Caracol, ahí lo curamos y así pasó a formar parte de mi ganado. Era un hermoso animal, bravo como él sólo.  Ya una vez que se curó  tuvo dos hijos: el Diamante y el Charpita, del que les platicaré que se estrenó en el ruedo aquel día de febrero de 1955, fecha en que estrenamos el corral de Los Órganos, que por cierto, también está en pie hasta la actualidad. Ese día el Charpita  fue la estrella de la fiesta Era un día soleado, y la familia entera y algunos invitados nos reunimos en el corral para herrar los becerros de aquella temporada, entre los que estaba el Charpita, todo el mundo estaba sorprendido con su bella estampa,  su amplia encornadura, su color negro brillante y su bravura, el torero que lo lidió fue: Fidel Miranda, y Lupita, la enfermera de Concha, la fotógrafa. Le tomó una fotografía, que habría de eternizarse para siempre en las paredes de todas las casas de los Moreno. Este fue el Charpita, que todos ven en sus casas y del que ya sólo Rubén sabe su historia. Bueno y ahora Uds. que la están leyendo.

Dicho sea de paso, he de agradecerles infinitamente a Rubén y a toda su familia que se han tomado tanto tiempo, dinero y esfuerzo para mantener las tierras y la finca del Caracol.  Sin su ayuda, la conservación de esta “herencia” habría sido imposible, es digno de admiración ver el que fuera uno de mis ranchos tan en buen estado, digo esto no porque esté convertido en una residencia, no, sino, justamente lo contrario. Es de dar gusto ver el buen estado en que se encuentran los potreros, tan limpios, y en general bien cuidados. Pero sobre todo la casa blanca, toda la familia de Rubén han hecho esfuerzos sobrehumanos para mantener los pisos, las caballerizas, las sillas, y hasta la albarda de Concha colocada en su lugar. Dice Rubén que han tratado de mantener todo como si me esperaran pa comer y que hasta algunas noches han visto mi sombra deambular por los pasillos y cómo no, pos si uno se va pa la eternidad y no le preguntan si quiere, así que las cosas se han quedado como cuando yo las dejé. Y eso me da gusto, sí señor, me alegra saber que me recuerdan, porque entonces es como si no hubiera muerto, es como si todavía estuviera ahí.

Otra de las hazañas de Rubén ya después de mi partida es que cuando vio que ya estaba muriendo aquel árbol, fue a pedirle al dueño de una tierra que está en los hervideros de Huingo ese mezquite, aquel donde Melchor colgaba su  caballo cuando había oportunidad pa ir a echarse un baño, pos fue a pedírselo y se lo llevó hasta el Caracol. Era un gran mezquite y ahora está convertido en una hermosa banca que da la bienvenida a los visitantes o  cuando se sientan en él los chamacos y los caporales para darse un respirito, antes de continuar con su labor.

Ahora que me acuerdo, también he de contarles que otra de las áreas en las que probé fortuna fue en el transporte de materiales, para eso me compré un camión de redilas, como del tamaño de los torton de ahora. Luis lo manejaba y un día lo mandé a probar suerte pa Veracruz. Se fue con los muchachos de Amalia Espinosa a Martínez de la Torre, esos muchachos  se dedicaban a transportar caña de azúcar en la zafra.  Pero la hazaña no tubo éxito, parece que Luis extrañaba mucho la casa y se regresó. Ya para entonces sólo quedaba él soltero pues fue el último que se casó. Y de hecho, pienso que si no hubiera sido por mí, pos ni se casa. El decía que estaba muy a gusto en la casa, pero Concha siempre me decía:

-       Vicente, ¿qué va a ser ese muchacho sólo?, habías de buscarle por ai una mujer, porque si no, éste no se va a casar.
-       Ay Concha y yo de donde voy a sacar una mujer.
-       Pos date una vuelta por el pueblo, ya encontrarás una.

Y así fue como agarraba mi caballo o el camión y me salía a mirar a las muchachas del pueblo. Hasta llegaron a hacerme la burla de que parecía que a mí me urgía más la mujer que a Luis. Y era cierto, porque aguantar aquella cantaleta de Concha, no era cosa fácil. Así fue como encontré a María.

A mí me gustaba tener una buena manada de animales, engordaba los becerros y los vendía, también me procuraba que mis animales fueran de la mejor estirpe, así que hacía buenas cruzas y lograba ejemplares buenos. Cuando vendía animales les encargaba a mis muchachos que se fueran a Tierra Caliente a traerse otros animalitos.

-       Luis y Alfredo, preparen las mulas, porque en la madrugada se van pa Tierra Caliente, se traen unos veitne becerros de un año, más o menos. Inviten a Raúl Marín pa que les haga compañía.
Digánle a su mama que les prepare unas gordas para el camino y ya saben, apuren el paso haber si pueden llegar al oscurecer a las faldas del Pico Azul, si no, al menos al arroyo de Jeráhuaro.  Y  tengan mucho cuidado con los voladeros, ya ven que hay algunos muy traicioneros, parece que no está hondo y debajo de las hierbas no se le ve el fondo al precipicio.
Después de unos ocho días de camino a lomo de mula estaban de regreso.
-       Cómo les fue.
-       Bien pa, un becerrillo anda un poco manco porque se cayó en una zanja, pero se pondrá bien.
-       Bueno, pues ya saben. Lleven a los animales al corral y vénganse a echarse una lechita pa que se vayan a acostar. Mañana preparan la yunta porque hay que arar la tierra del plan.

Enfrente de la casa teníamos un corral que sigue en pie hasta la fecha, ese lo usábamos para apartar las vacas, pero cuando era tiempo de herrar, nos reuníamos toda la familia y hacíamos una gran fiesta, una fiesta ranchera. En la que las mujeres  se daban a la tarea de tenernos la comida, por lo regular una barbacoa o un mole, los hombres nos repartíamos la tarea: unos a tener lista la fogata y los fierros, otros a lazar los becerros y conducirlos al corral, otros a pialar al animal para tumbarlo y otros a herrarlo, otros más a montar al becerro una vez que ya había sido herrado. Esta fiesta se hacía regularmente una vez al año, para marcar los nuevos becerros con el fierro de Vicente Moreno.

No quiero que acabe esta historia sin contarles algo de mi papa. Le decíamos papa Tono, era bien conocido en la región, era muy inteligente, le gustaba también la toreada y hasta entendía de planos, porque fue capaz de diseñar y hasta dirigió la obra del entubamiento del agua de la presa de Rancho Viejo para regar algunas de las tierras de la comunidad. Cuando estábamos en Tuxpan fue capaz de dirigir la obra  del canal que riega el valle de Tuxpan. Y quien sabe que tan cierto sea, pero dicen algunos amigos que aun  hoy en dia ese canal lleva el nombre de Moreno. Y para acabarla de coronar, llegó a ser administrador de la Hacienda de Providencia. Eso nomás pa que sepan algo de lo que era mi padre.

Luego nos mudamos a Acámbaro, ahí compramos una casa, de ella tengo dos recuerdos; por un lado, el troje, que Luís diseñó,  y lo mandó a hacer tan fuerte que está prácticamente intacto hasta nuestros días, también recuerdo como si estuviera vivo,  el olor a jabón Palmolive que inundaba el baño, nomás entrar ahí. El jabón Palmolive siempre fue el jabón de la familia. Por eso lo recuerdo aun acá entre los huesos y la tierra.

En Acámbaro, ya estábamos viejos Concha y yo,  los muchachos se habían casado, Luis fue el último que se fue,  y para entonces, ya teníamos un montón de nietos y era frecuente que se dirigiera a mi de esta manera:
-       Ay Viecente, tú ni me sacas, nomás con tus vacas, allá en el campo y yo aquí, encerrada todo el día.
-       Pero mujer, si apenas ayer te fuiste a la boda de Gonzálo.
-       Pos sí pero ahora quiero ir a darle una vuelta a Fidel.
-       Ah mujer, pos vete, nomás me dejas la llave con Lázaro y tu agarra camino pa onde quieras. Le dices a Serafín que te ensille el tordillo y te lo llevas, pa que te acompañe.

Y me agarraba la palabra, era muy paseadora mi Concha. Le gustaban mucho las fiestas de los pueblos o las de la familia. Por eso cuando ahora me llegan las noticias de que algunos de mis nietos tienen ese gusto por los viajes, pos a mi me da risa y me digo….pos no lo hurtan,  lo heredan.

También he de decir de Concha que sabía mandar,  le gustaban “las cosas bien hechas” y de eso daban cuenta Marica y Carmen, luego también María la de Luís, ellas, que convivieron con mi mujer, ya cuando era grande, decían que era muy exigente en cuestiones de la casa, especialmente de la comida. Las cosas habían de hacerse como ella decía, y eso dificultaba las relaciones en la casa. Pero ahí no me metía yo, la que mandaba era ella.

Ya en la etapa de Acámbaro, Concha tenía otro gusto,  le gustaba ver  jugar a las niñas de Luis, a Marthita haciéndole su alimento a Vero. A Concha le gustaba que le trajeran a las niñas y para eso estaba  Rubén, hijo de Melchor. Que vivió con nosotros cuando estudiaba la secundaria. Por eso sabe tanto de la familia.

-       Anda Rubén, ve y dile a María que vienes por la niña. Así lo hizo varias veces hasta el último día, en el que ya, faltándole el aliento, dejó a la niña en la banqueta de Felix y esperó a que entrara, y se regresó casi sin aire. Alcanzó a llegar a la casa sólo pa morirse.

Se murió así, de repente, tal vez sea de ella que mi familia heredó los males del corazón, porque varios de mis hijos y mis nietos también han muerto como ella. Un día de repente se caen  del caballo, como Melchor, pa quedarse sembrado justo en la tierra del Caracol o Victor, mi nieto, al dormir y  pa no  volver a despertar.

Estos fueron  tan sólo unos recuerdos de los orígenes de la familia Moreno-Gómez de cuando éramos felices en los Órganos. Después vendría la decadencia, pero de éso, p´a que acordarse…..

Basta con saber que hoy, 31 de Marzo de 2018, mis descendientes se reunieron en el Caracol, que alguna vez fue mío, luego de mi hijo Melchor y ahora de mi  nieto Rubén. Algo que me alegra desde acá.

Y no olviden echarse unos piales en mi honor, ya ven que así eran nuestras fiestas. Nos reuníamos pa comer y luego, a probar suerte con los piales y las manganas. Pa eso teníamos un lotecillo de yeguas que nos servían para dar el espectáculo. Invítense a: Gerardo y a Juan Flores, pero, con los de Rubén tienen. Ya ven que Rubén hijo y Saíd para eso de la pialada se pintan solos.

Mi nieta Martha me mandó decir que hasta nos van a poner un altar, con flores y veladoras, vaya pues. Que mi presencia,  la de  Concha y hasta la de  cada uno de mis hijos, se representó con una cruz para cada uno. Que disque van a hacer un árbol genealógico,  y que mi bisnieto José Luís va a hacer un video, yo no sé como será eso. En mis tiempos todo era muy natural, disfrutábamos de la naturaleza, del campo, de los animales, de la tierra. Pero es bueno irse actualizando, porque aunque yo no conocí todas estas nuevas tecnologías, pues me alegra que mis descendientes las estén usando para traer a la memoria las hazañas de sus ancestros. Eso me gusta mucho, porque aunque uno esté acá, no deja de acordarse de sus tiempos, de lo que se quedó allá.

Por eso cuando pardea la tarde, y el sol comienza a ponerse en el horizonte, me agarra una especie de nostalgia y me acuerdo, sí, me acuerdo…..

Fue hermoso verlos festejar la vida y saber que, en medio de todo el trajín de los tiempos modernos, aun conservan esa pasión por el trabajo, y por los caballos y que llevan viva en su corazón, la estirpe de Los Moreno.

MARIA MARTHA MORENO MARTÍNEZ.
Acámbaro, Gto.
26 de Marzo de 2018.





Mirando en el espejo de Martha

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