martes, 9 de febrero de 2021

RECUERDOS DE LA INFANCIA

RECUERDOS DE LA INFANCIA.

 

 

Por aquello de que recordar es vivir, intentaré platicarles algunas de las vivencias de mi infancia. No pretendo con ello escribir una historia, ni siquiera remotamente buena, tan sólo me gustaría compartir con Uds. Algunas experiencias que les permitan, tal vez, reconstruir el contexto del campo mexicano después de la Revolución, allá por la primera y segunda década del siglo XX.

 

Primeramente, permítanme presentarme, mi nombre es: José Luís Moreno Gómez, nací en 1913 en el Paraíso, Mpio. De Tuxpan, Mich., me fui de este mundo el día 3 de junio de 2012, pero ahora mi hija me pide que les cuente algo de mi niñez, vaya pues. Lo intentaré.

 

A raíz de las revueltas que se producían como consecuencia de la Revolución, mis padres; Concepción Gómez y Vicente Moreno, decidieron buscar un lugar más seguro para vivir, y es que La Revolución, “no dejaba mono con cabeza”. Ya no se sabía quienes eran, ni a quién creerle, porque igual se daban a la rapiña los federales y los revolucionarios, que si de este bando o del otro, el caso es que cuando llegaban a una comunidad, arrasaban con lo que encontraban; lo mismo una gallina, que un caballo o unas monedas de plata escondidas debajo del colchón o en un agujero en medio de la cocina, eso si no se encontraban en el camino a alguna de las muchachas del pueblo, porque eran las primeras que trepaban en las ancas de sus caballos pa enrolarlas a La Bola. 

 

Así fue como mi familia decidió venirse pa acá, pa Guanajuato y llegamos a Los Órganos, un cerrito cerca de Acámbaro, ahí nos apiamos debajo de un mezquite, mientras nos construían un cuartito de adobe pa guarecernos de las lluvias y del frío.

 

Yo era muy chamaquillo y no recuerdo cómo es que mi abuelo, Papa Tono, Antonio Moreno, padre de mi papa vino a parar acá con nosotros, lo que sí sé es que yo sentía una gran admiración por él, tampoco sé cómo es que era tan inteligente. Entre   sus hazañas puedo decir que llegó a ser el administrador de la hacienda de Providencia, le gustaba torear en las fiestas de los pueblos y sabía algo de nivelación de terrenos, él contribuyó a la construcción de la presa de Rancho Viejo y allá en Tuxpan, aun lo recuerdan porque construyó un canal de riego que, hasta la fecha, lleva su nombre: Canal Moreno.

 

Precisamente en la época en que papa Tono fue el administrador de la Providencia, mis hermanos y yo llegamos varias veces a visitarlo, y desde luego, no había lugar pa nosotros, así que de esa época recuerdo que nos quedábamos a la intemperie y pa guarecernos del frío, que calaba hasta los huesos, ya en la oscuriadita nos arrejuntábamos sobre la panza de alguna vaca. 

 

Y es que no era cuento, nuestra vestimenta no era más que una camisita y un calzón de manta, amarrado con una cinta a los tobillos. Si teníamos suerte, nos prestaban algún gabancito raído, pero eso era por ahí de cuando in cuando. 

 

Nuestros pies lo único que conocían eran unos huaraches, que nosotros mismos hacíamos, con suela y unas cintas de vaqueta. En la temporada de calor estaban re bien, aunque nos tropezáramos, casi a diario, con las espinas del monte, pero en las heladas de diciembre y enero, nos veíamos, porque se nos hacían unas reventadas en los talones que sangraban durante todo el invierno. Recuerdo muy bien que un día mi mama me sorprendió con un tizón del fogón cuando yo me lo iba acercando al talón.

 

-       ¡Muchacho, pero qué haces!

-       Pos es que pensé que, si me quemaba con el tizón, se me curtirían las reventadas.

-       Anda tú, ven pa ponerte tantita manteca, quien quita y se te quite tantito el dolor.

 

Mi mama siempre fue mi ángel de la guarda, ni después de que me casé, ni nunca pude olvidar su protección, ella no era cariñosa, no recuerdo que me haya dado nunca un abrazo, mucho menos un beso, pero si recuerdo como una herencia su comida, aquella hora de comer, o de cenar, cuando sentados alrededor del fogón, nos saboreábamos un buen plato de calostros con un vaso de leche. Y había que comernos lo que nos tocaba y nada más, nadie chistaba, nadie pedía otro poco, porque no había más. 

 

Mi madre siempre estuvo conmigo, especialmente a la hora de mi muerte, ya cuando la sentía cerca, me abrazaba a una imagen de La Piedad, que mi hija me trajo cuando fue a Roma. Esta imagen me consolaba y me daba fuerza porque abrazada a ella me sentía en los brazos de mi madre. Tanta fue su influencia en mi vida que las últimas palabras que escuché en este mundo, vinieron precisamente de mi hija Martha, cuando se acercó a mi oído pa decirme que mi mama me estaba esperando en el más allá, sólo entonces me dejé ir. 

 

De mi padre aprendí mucho de las labores del campo, pero a diferencia de mi madre era duro de carácter, sus enseñanzas eran bárbaras. Si hacíamos bien las cosas no había una felicitación, pero si nos equivocábamos, lo menos que nos decía eran cosas como:

 

-       Éso demuestra lo bien que sabes hacer las cosas.

 

Aquellas palabras calaban en lo más profundo de nuestro ser, yo hubiera preferido un chicotazo. Pero esa era la vida entonces.

 

Se puede decir que vivíamos a lomo de caballo. Nuestros caballos eran siempre los mejores de la región, no por su estampa, sino porque los hacíamos tanto a la rienda que se puede decir que nos adivinaban el pensamiento, montados en ellos sentíamos el valor de atravesar cualquier campo sin importar el día o la hora. No había nada que nos amedrentara. Bueno, debo reconocer que solo una vez tuve miedo, fue aquella noche en que mi papa me mandó al Caracol a llevarle un recado al peón de La Casa Blanca a eso de las 9 de la noche, iba yo atravesando los campos de Araró cuando escuché el ruido de un machete sobre las piedras, de pronto, hasta grité para saber quién andaba ahí, pero de inmediato recapacité que era imposible que alguien a eso de la una de la madrugada anduviera como yo por aquellos campos, fue entonces cuando me entró un escalofrío que todavía ahora que lo recuerdo, me da miedo.

 

Era tanto el cansancio que sentíamos al terminar el día que en cuanto poníamos la cabeza en la almohada nos quedábamos súpitos, sin saber de nada. Y nos dormíamos temprano porque al día siguiente había que madrugar.  En aquella época no había relojes, sólo el canto de los gallos o el relinchar de los caballos nos anunciaban la hora de levantarnos. Y nos orientábamos en el tiempo por medio de los astros, en la madrugada, el lucero de la mañana guiaba nuestros pasos y por la noche por la estrella del poniente nos anunciaba la hora de recogerse.

 

La hora de levantarse era a las tres de la mañana, había que ordeñar las vacas y ya con la leche cargada en el caballo emprendíamos el camino hasta Acámbaro, y era entonces cuando aprovechábamos para completar el sueño, porque los caballos se sabían tan bien el camino, que nosotros podíamos confiar en que llegaríamos a nuestro destino a tiempo, me refiero a la puerta de Socorrito, la de la leche, a eso de las 5 de la mañana. Claro que siempre le ganábamos, llegábamos antes de que abriera su puerta para recibir al primer cliente, pero no había problema, porque mientras estuviéramos sobre nuestros caballos, teníamos la oportunidad de echarnos otra pestañeadita.

 

Mi papa era duro en su forma de ser, en su forma de mandar y hasta en su manera de pensar, uno de sus lemas que se ha hecho famoso hasta la actualidad es aquello de que: 

 

-       “Si quieres hacer fortuna, has de usar las yuntas de tus bueyes y los peones de tu mujer”.

 

 Eso para dar a entender que la riqueza económica se lograba sólo si todo quedaba en familia. Ello explicaba el hecho que se pensara en concebir hijos varones de preferencia, porque las labores del campo, que eran las propias de aquella época, sólo las podían realizar los hombres.

 

A mí me hubiera gustado estudiar, me imaginaba yendo a la escuela pa aprender a leer y a escribir. Nunca fue posible, porque no había escuela en el rancho, pero, aunque la hubiera habido, había que hacer tantas labores del campo que no habría quedado tiempo pa ir a la escuela.

 

Un día llegaron al rancho Marianita con su hermano, ambos eran maestros, nunca supe cómo llegaron ahí o de quien dependían. Los recuerdo muy bien porque, aunque yo nunca pude ir a estudiar, su influencia fue para mí muy importante, primero porque ellos fueron los autores de la única foto que le tomaron en su vida a mi mama y que ha perdurado hasta la actualidad, pues se puede decir que en todas las casas donde habita un Moreno, ahí vas a encontrar el retrato de mi mama. La influencia de Marianita y su hermano fue tan importante para mí, que los hice padrinos de mi primera hija.

 

Tuve que aprender por mi cuenta, aprendí a leer, a escribir y a hacer operaciones básicas. No obstante que Marianita y su hermano no fueron mis maestros, siempre los quise y los recordé porque representaban mi anhelo de superarme, de aprender más del mundo que me rodeaba, pero sobre todo, representaban mi sueño de ir a la escuela, la escuela a la que nunca fui…..

 

 

MARÍA MARTHA MORENO MARTINEZ

Acámbaro, Gto. 8 de febrero de 2021

 

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